jueves, 17 de julio de 2008

Vuelo AF2003, a punto de despegar...

Última llamada para el vuelo AF2003. Creo que es el mío. Cuesta no mirar alrededor. Esperas, retrasos y “tiempos muertos” (ridícula expresión). Agotadoras carreras de quien cree que puede perder el siguiente avión. “¿Llegará a tiempo?”, te preguntas mientras miras con atención la pantalla y cruzas los dedos para evitar un “delay”.

Así son los aeropuertos. Lugares anodinos y fríos pero puntos de conexión de nervios empresariales, “relaxes” vacacionales, reencuentros amistosos, despedidas más o menos rutinarias, huidas a ninguna parte… Entre carreras y largos tiempos muertos transcurre la vida. En el aeropuerto. A no ser que te suceda como a Tom Hanks en ‘La Terminal’, y esa vida se convierta en un agónico y prolongado standby. Precisamente hace poco conocí a un grupo de mexicanas que llevaban dos días en ese standby, atrapadas en ‘algún sitio’ entre Chicago y Beijing, en busca de ‘alguna parte’. Algunos se quedan en ese punto, en ese standby, por miedo a viajar, y ni siquiera se han dado cuenta de que lo están.

Excesos de equipaje, controles, precintos y registros. Comienza la agitación. Hay quien no está preparado para las trabas del aeropuerto. Para llegar a tu destino, es posible que tengas que deshacerte de ciertos objetos personales que –sin saber por qué- alguien decide que no pueden viajar contigo si quieres viajar con esa compañía ‘aérea’. ¡Vaya! Pensaste que algo tan delicado y personal podría seguir viajando contigo. Siempre. Pero esa compañía con la que has decidido viajar no te permite llevar algunos cachivaches. Te resistes, te justificas, explicas lo necesario de llevarlo, hasta tratas de negociar y finges una docilidad inocente que no engaña a nadie. Pero tres pitidos del detector y el gesto cortante del “controlador” son suficientes para que tires la toalla (una vez más). Debiste pensarlo antes, porque hay cosas incompatibles. Si te fijas bien, verás los controles policiales repletos de gente que no pasa al otro lado. Eso es porque más de uno ha dejado a algún amigo en el control por exigencias de la compañía (de bajo coste, claro!). “Ya nos veremos, si eso, a la vuelta”… O tal vez no. Seguro que no.

Una vez superado este proceso, la vida ¿en el aeropuerto? te sigue sorprendiendo con más trabas. Elegiste mal la compañía. Vale. Te has empezado a dar cuenta. ¡Arggg! Tú que miraste el mejor modo de viajar, no te diste cuenta de que esa compañía era la más cutre. “¿Por qué lo hiciste?”, te preguntas. Porque estaba más a mano, porque era la más barata o porque la compra era más fácil… ¡Error! ¿No te diste cuenta de que, por muy buena pinta que tuviese, no te darían manta y almohada? Todo el mundo te lo advertía, pero no hiciste caso hasta que comprobaste en tus carnes que, aunque parecían majas esas azafatas, a la hora de la verdad, en ese poco-confortable asiento ¡no tienes ni un cacahuete que llevarte a la boca!

Cuando llega el momento de las escalas, la cosa puede empeorar. Un nuevo aeropuerto, otro standby, más carreras, maletas… Elegiste mal la compañía, y ahora tienes que ir del triste y solitario Orly al imponente Charles De Gaulle en apenas 30 minutos. ¡No lo puedes creer! No hay tiempo. Otras veces hay demasiado. ¿Es que esa compañía no es capaz ni de calcular el tiempo exacto? ¿No se supone que debe facilitarte el viaje en vez de complicártelo? Quizá sea el momento de intentar un cambio de compañía. Has pasado mucho frío con la anterior y no te dieron ni una triste manta.

Es demasiado complicada la vida en los aeropuertos. ¿Por qué no viajaremos en tren más a menudo? Imagino que, en el fondo, somos adictos al estrés, a jugárnosla con las compañías aéreas, a las carreras, a los controles, a las esperas y a los “¿coffee or tea?”. Creo que es hora de embarcar. Hay cambio de puerta. Feliz vueling.


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