lunes, 15 de marzo de 2010

Barro en los zapatos y piedras en los bolsillos

Las tardes, las mañanas o las noches más especiales de la vida rara vez coinciden con fragmentos de una película romántica. Normalmente no hay luna, ni estrellas ni una vista nocturna de toda una ciudad desde una montaña... A menudo no hay velas, ni un violín interpretando a Chopin ni un bolero sonando en un viejo tocadiscos. Casi nunca sucede en San Valentín, ni en un aniversario. Una nunca tiene el pelo mojado por la lluvia... ni Frank Sinatra canta The Way You Look Tonight mientras bailáis moviendo torpemente los pies. No suele haber anillo ni gargantilla de brillantes. Ni un pelo convenientemente peinado, un maquillaje impoluto y el último vestido que te compraste.

Los momentos especiales no huelen a madera, ni a café, ni al inventado “calor de hogar”. No llegan en una montaña que huele a Romero, ni en una playa desierta con gaviotas adornando el paisaje.

Los momentos especiales son los que llegan por sorpresa, los que nos pillan comiendo un sándwich en un banco, o nos encuentran despeinadas y con una sudadera que alguien se dejó olvidada en casa. A menudo llegan entre alitas de pollo en un bar, en ese cumpleaños al que no pensabas ir o al abrir la puerta de una emisora de radio... o al cerrarla. De vez en cuando ocurren aquel día que uno no pensaba salir de casa, la noche que estaba cansada, en el bar en el que siempre te quedas sin voz, o paseando por un Madrid gélido.

¿Mis últimos momentos especiales? Es curioso, siempre han acabado con barro en los zapatos y piedras en los bolsillos.