martes, 25 de mayo de 2010

El periódico de ayer

“El periódico de ayer hoy no vale para nada”, nos dijimos citando una de sus canciones en aquel camerino grande y frío que invitaba a unas copas que, a escondidas, habíamos aderezado con un poquito de reflexión. Con el brindis, hicimos memoria rápida para asegurarnos, antes de darnos el primer sorbo, de que habíamos tirado el periódico de ayer...

Dicen que somos animales de costumbres y, en algún momento, como tales, todos hemos guardado el periódico del día anterior, aunque sólo sea durante un ratito, un día, una semana o varios meses... Guardamos ese periódico que fue importante porque, en su portada, figuraba una victoria a todo color... o un sonado fracaso. O quizá la despedida de alguien ilustre. A veces, lo guardamos porque incluye la crónica detallada de una era que se resume cada 31 de diciembre, cada mes de septiembre o cada borrón y cuenta nueva. Pero todos, hasta los practicantes de desapegos emocionales, en alguna ocasión, han sucumbido y han escond
ido bajo la mesa el periódico del día anterior.

Yo tuve mi periódico de ayer. Guardado. Más bien, expuesto a todo el que pasaba por delante y, sin permiso, se lanzaba a leerlo ávido de novedades... hasta que leía la fecha. Un buen día, lo dejé olvidado en esa intemperie que muchos criticaban (recuerden que algunos prefieren esconderlos). Y empezó a llover torrencialmente. Al principio eran pequeñas gotas hasta que el cielo comenzó a descargar con fuerza. Primero vi correrse la tinta y derramarse por el suelo hasta que quedó todo emborronado, de manera que me empezaba a ser difícil leer y recordar esa preciosa portada o ese contenido por el cual lo guardé. Aunque los meteorólogos anunciaban sol, una vez más, se equivocaron. El cielo siguió descargando cada vez con más intensidad. El papel comenzó a calarse sin piedad hasta que, una mañana, cuando me levanté, ese puñado de hojas empapadas que era mi periódico había empezado a deshacerse. Esa noche, ya no quedaba ni una esquinita que recordase que allí había depositado un periódico con una historia, una gran portada a todo color, un adiós o la crónica de una época.

Me pregunto cuántos periódicos del día anterior tienen guardados aquellos que se vanaglorian de su desapego. Me pregunto cuántos los habrán tirado sin contemplaciones y cuántos acostumbran a leerlos compulsivamente por si, de tanto hacerlo, la historia pudiese ser cambiada. Me pregunto cuántos diarios habrá destruido la lluvia hasta hacerlos desaparecer y borrar así de la memoria aquella noticia, aquel reportaje o aquella historia por la que un día pensaste que merecía la pena guardar tu periódico del día anterior...

miércoles, 21 de abril de 2010

Nombres

Hay nombres que a uno se le atragantan. Que se le quedan enquistados en la garganta y que, cada vez que los ve escritos o los escucha, uno deja de tragar con naturalidad. Y el ejercicio de la respiración se hace incómodo e incluso dificultoso. Los oídos chirrían y el estómago se descoloca de su posición inicial.

También hay nombres cuyo sonido provoca ganas de cantar. Que dibu
jan una sonrisa infantil e ingenua que uno raramente puede disimular, incluso un cosquilleo en el estómago ("maripositas", que dirían los más edulcorados en esto del sentimiento). Nombres que, cuando uno los escucha en público, generan miradas cómplices, pataditas debajo de la mesa o guiños secretos.

Parecemos abocados a encontrarnos, a leer, a escuchar una y otra vez los nombres que rasgan las gargantas y atronan en nuestros oídos. Sería una de esas “leyes no escritas” que dicen que cuando uno esquiva, siempre encuentra... Y es que, como dijo alguien sabio, es absurdo meter la cabeza debajo de la tierra como un avestruz “mientras hace de su culo bandera”.

Sin embargo, buscamos los nombres cantarines por todas partes. Y, a veces, lo que realmente “canta” son nuestras ganas de que alguien los nombre. De que alguien haga sonar esa melodía, de que alguien deslice por su boca ese nombre que hace que nuestro subconsciente se ponga firme, que nos convierta en un perrillo que levanta las orejas cuando escucha la voz del amo.

Y entre nombres ruidosos de personas disonantes y nombres melódicos de personas dignas del más maravilloso nocturno de Chopin (KK IVa Nr. 16) transcurren los días. Al fin y al cabo, en la música, siempre hay disonancias, cuartas tritono (“diabólicas”, las llamaban los antiguos) y largos silencios que hacen que la obra quede completa. Da capo.

miércoles, 14 de abril de 2010

Personajes

Recuerdo una de las primeras entradas de este blog. Apenas recuerdo cuándo fue... ¡Ah, sí! Hace casi un millón de experiencias. Decía en aquel entonces (y Rulo me lo recordaba hace poco) que había un debate que se repetía en las tertulias repara-mundos de cualquier bar: la vida es lo que uno escribe o algo que uno lee. Recuerdo haberles dicho que lo mejor de ese libro (que unos decidimos escribir y otros solo leer) son los personajes que entran y salen. Aquellos que aparecen en un capítulo y desaparecen, los que se quedaron en el manuscrito y se borraron de la versión definitiva o aquellos que, sin que uno se de cuenta, se apoderan de la historia.

Los puristas de la escritura diferencian entre los personajes planos (los que sólo poseen un rasgo sobresaliente fácilmente etiquetable: el amiguete, el listo, el aburrido, el músico, el protector) y los personajes redondos (compuestos por una suma de inquietudes, proyectos, recuerdos... y una complejidad que dificulta su “etiquetado”). Yo prefiero decir que los planos pasan junto a ti sin despertar una mínima emoción y los redondos son los que poseen esa maravillosa excentricidad, aquellos que “arden” (como decía Kerouac) y que logran que a uno le llegue el calor simplemente con saber que están en la página siguiente (o en la anterior) del libro.

Permítanme un momento para el regocijo. Para entonar un “viva” interior mientras releo las páginas de los últimos capítulos y observo que mi libro se ha llenado de personajes redondos. Permítanme un rato para vanagloriarme por haber aprendido a dejar sólo unas líneas para los personajes planos y regalar capítulos enteros a los que saben escribir un libro apretando fuerte el bolígrafo contra el papel, arriesgándose a escribir incoherencias y errores (si hay que tachar algo, se tacha; al fin y al cabo, quedan muchas páginas en blanco...).

Sonrío con personajes que entraron como bufones y cuyos shows les dieron un papel protagonista. También con aquellos que aparecían sólo para aportar locas extravagancias a los párrafos (pocos) que tendían a la monotonía.

He hecho balance de los personajes que, dispuestos a tirar de mis pies hacia la tierra, han combatido en los capítulos más épicos contra los que se empeñaban en hacerme volar al reino de las Niñas Perdidas (nunca supe quién ganó). Es hilarante protagonizar escenas cruzadas entre personajes que quieren tener el mismo papel; es fascinante dejar que algunos te lleven a “reinos inestables” y lo es aún más permitir que te enseñen parajes salvajes aún por explorar. Ha sido divertido compartir varios capítulos con quien, hace muy poco tiempo, llegó, vio, venció... y volvió a su planeta (“me equivocaría otra vez”, decía Fito). Y sigue siendo fascinante que siempre haya alguien dispuesto a compartir un zumo de naranja.

Una nunca sabe cuándo va a entrar un nuevo personaje, cuándo revivirán los muertos (ya se sabe que la literatura permite que los muertos resuciten) o cuando desaparecerá el personaje que hoy es protagonista. Lo único cierto es que hay un personaje que en todo este tiempo no se ha perdido una sola escena: yo.

lunes, 15 de marzo de 2010

Barro en los zapatos y piedras en los bolsillos

Las tardes, las mañanas o las noches más especiales de la vida rara vez coinciden con fragmentos de una película romántica. Normalmente no hay luna, ni estrellas ni una vista nocturna de toda una ciudad desde una montaña... A menudo no hay velas, ni un violín interpretando a Chopin ni un bolero sonando en un viejo tocadiscos. Casi nunca sucede en San Valentín, ni en un aniversario. Una nunca tiene el pelo mojado por la lluvia... ni Frank Sinatra canta The Way You Look Tonight mientras bailáis moviendo torpemente los pies. No suele haber anillo ni gargantilla de brillantes. Ni un pelo convenientemente peinado, un maquillaje impoluto y el último vestido que te compraste.

Los momentos especiales no huelen a madera, ni a café, ni al inventado “calor de hogar”. No llegan en una montaña que huele a Romero, ni en una playa desierta con gaviotas adornando el paisaje.

Los momentos especiales son los que llegan por sorpresa, los que nos pillan comiendo un sándwich en un banco, o nos encuentran despeinadas y con una sudadera que alguien se dejó olvidada en casa. A menudo llegan entre alitas de pollo en un bar, en ese cumpleaños al que no pensabas ir o al abrir la puerta de una emisora de radio... o al cerrarla. De vez en cuando ocurren aquel día que uno no pensaba salir de casa, la noche que estaba cansada, en el bar en el que siempre te quedas sin voz, o paseando por un Madrid gélido.

¿Mis últimos momentos especiales? Es curioso, siempre han acabado con barro en los zapatos y piedras en los bolsillos.

domingo, 28 de febrero de 2010

Y uno aprende...

Muchas felicidades...

Y UNO APRENDE...

Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.


Y uno aprende que el amor

no significa acostarse
y una compañía
no significa seguridad.


Y uno empieza a aprender...

Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.

Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende
a construir todos sus caminos en el hoy,

porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...

Y los futuros
tienen una forma de caerse en la mitad.


Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.

Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar
a que alguien le traiga flores.


Y uno aprende
que realmente puede aguantar,

que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende...
Y con cada día uno aprende...

*Poema erróneamente atribuido a Borges...


P.D. Espero volver pronto a actualizar por aquí... Con algo de tiempo y alguna musa.


jueves, 7 de enero de 2010

Baltasar o el nuevo Cuento de Navidad

La noche de reyes, los niños buenos cenan pronto y se van a dormir, apretando fuerte los ojos para que ningún hombrecillo mágico les descubra despiertos. La noche de reyes, los niños malos salen de casa esperando abrir bien los ojos para no perderse ningún detalle y, si se encuentran con un Rey Mago, le dicen las verdades a la cara. Dicen que las niñas y los niños malos aprovechan la noche de Reyes para regresar a aquel bar donde las noches se fundían con los días de una manera extraña...

Dicen que allí, dentro de aquel bar, aparecieron los Reyes Magos. Colocados en círculo, sacaron de su capa una botella de Cacique con la que, a hurtadillas, rellenaba las copas de sus compañeros... ¿Dónde habían quedado los licores de oriente, el aguardiente y los manjares mágicos? Aunque la magia sí la traían puesta... Por eso, cuando los Reyes Magos visitan un bar de madrugada se convierten en el blanco de niñas malas que ansían todos los deseos que llevan tiempo sin atreverse a pedir. Como si fueran estrellas del pop, los flashes se multiplican a su alrededor y sus coronas brillan como nunca lo han hecho. “¡No siempre una puede ver a Sus Majestades dentro de un bar!”, resuenan sus justificaciones.

Tú, que nunca te habías sentido vinculada a las estrellas del pop, sólo cerraste los ojos para que los flashes no dañasen tus ojos, cansados de tanta luz cegadora. Al darte la vuelta, alguien te tomó del brazo. Era el bueno de Melchor, que te ofreció la corona...

Sin darte cuenta, pasaron por tu cabeza, una tras otra, las tres coronas. La más fácil fue la de Melchor. Siempre ha sido el más facilón, y el más popular. Fue el primero en regalártela, a cambio de muy poco. Ruegos y sugerencias. Sólo tuviste que elegir la barba blanca o la negra que asomaba debajo. Gaspar se hizo de rogar –siempre ha sido un rey algo insulso, para ti- aunque, al final, esa corona también fue tuya. El más gentil, bajo aquel turbante dorado y con esa mirada ingenua, fue Baltasar.

Saliste de aquel bar con Baltasar del brazo y, camino de casa, pasasteis junto a ese barrendero asombrado que miraba nervioso el reloj. Ahí estabas tú, paseando orgullosa del brazo de Baltasar. Os reísteis al pasar frente a aquel edificio que en su día era una antigua multinacional del sector discográfico y que hoy sólo son restos de frías oficinas. A Baltasar le hace gracia eso de la música y los sellos, porque dice que él entiende de estrellas y que allí dentro no había estrellas que seguir. La noche se hacía cada vez más fría, así que cruzasteis el pequeño callejón cuando...

Lo que sucedió después sólo lo saben los que creen en los cuentos... de Navidad. Porque en los nuevos cuentos de Navidad, uno no debe dormir en la noche de Reyes. Los mitos están para ser rotos...