lunes, 14 de julio de 2008

Cuando Madrid se vacía...

(Fecha real: 02/mayo/2008)

Qué vacías están las calles en la madrugada del 2 de mayo. Madrid cambia de color cuando el ‘click’ de los semáforos, al deslizarse del rojo al verde, se escucha más alto y claro que nunca. Porque cuando las calles de Madrid se vacían, sólo rompen el silencio los semáforos y los gritos de los últimos trasnochadores que maldicen la temprana salida del sol, ron-roneando con aquel indio al que alguien llamó Cacique. Aquellos sonidos, que siempre han estado ahí, sacan pecho ahora para recordar que estaban, que están, que estarán. Aunque nadie, cuando Madrid está lleno, aplauda su presencia.

Cuando Madrid se vacía, parece estar cogiendo fuerzas para volver a llenarse, aunque se le escape entre los dedos la melancolía, porque, cuando Madrid se vacía, echa de menos hasta el incómodo rugir de los tubos de escape. “No eran tan malos”, parece decir a gritos… Porque cuando Madrid se vacía, incluso añora sus caóticas rotondas, esas que ahora presumen limpias y ordenadas. Y, por eso, los relojes urbanos dudan al marcar otro minuto, convierten su 'allegro' en un 'adagio' y su color se vuelve de un rojo más intenso… Ahora tienen miedo de marcar las horas, presos de su impaciencia.

Cuando Madrid se vacía, cualquier sonido parece ser la señal de que -¡por fin!- comienza a llenarse. De nuevo. A veces, le sobresalta el ruido metálico del cierre de un comercio… se abre la verja… Pero sólo es el dueño de esa pequeña mercería que vuelve a recoger la chaqueta que, despistado, olvidó cuando Madrid aún estaba lleno. Falsa alarma.

Cuando Madrid se vacía cambia el ritmo de la vida, cambia el orden de las cosas, cambia el sabor de los cafés y hasta la dimensión de las sombras. Ellas, antes grandes y alargadas, se antojan diminutas y tenues. Difuminadas en aceras que ahora, con más claridad y menos pudor, muestran los baches que han dejado los años, las gentes, las obras y hasta las largas tormentas del último mes.

Cuando Madrid se vacía, ni siquiera el sol ilumina igual. Aunque lo intente. Los edificios más bajos dejan pasar algún rayo, pero aparecen esas torres, siempre dispuestas a recordar que, cuando Madrid se vacía, ni el sol regala luz con la misma fuerza.

Cuando Madrid se vacía, siente la culpa del día festivo, del mal tiempo, de los atascos que no logra controlar, de los cláxones sonando a contratiempo. A destiempo. Cuando Madrid se vacía pide otra oportunidad mientras envidia a la costa, a la sierra, a la montaña. Pero Madrid no es la costa, ni la sierra, ni la montaña, ni la paciencia ni la complacencia.

Cuando Madrid se vacía, la inercia pide escapar, huir. Pero sólo algunos, los más inteligentes, se quedan a comprobar qué pasa cuando Madrid se vacía. Así, la próxima vez, cuando Madrid se vuelva a vaciar, no se sentirá tan sola porque, si Madrid se vacía, tú y yo estaremos para hacerle la mejor de las compañías.

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