lunes, 14 de julio de 2008

Quiere llover y no llueve

(Fecha original: 29/abril/2008)

Mientras vamos dando forma a este ciber-rincón, para esta segunda entrada del blog, tomo prestado lo que otros, antes que yo, han expresado con algo más literatura pero no con menos intención. Os copio por aquí este texto de Risto Mejide (sí, el mismo), pero que me sorprendió muy gratamente... Merece la pena leerlo y detenerse un poco en cada frase, cómo están trenzadas y con qué delicadeza dice tanto con tan poco... Leedlo, aunque sólo sea por el placer de disfrutar con un buen texto (publicado en www.adn.es):

Cuando quiere llover y no llueve...
Cuando quiere llover y no llueve se secan los pantanos de ideas. Cuando quiere llover y no llueve se agota la melancolía, el agua de los artistas, la sed de los solteros y de los que no están cansados, también. El cielo envidia tormenta, el día nos miente sobre su edad y entre tanto farol mal calibrado, todos acaban alumbrando sobre mojado. Cualquier tarde huele a domingo, cualquier tontería suena a canción. Dos notas mal puestas y ya recuerdan a un fado. Unos acordes trasteados, y ya suenan a blues. SUerte que están Chet, Ella, Billie, Dinah, Louis y Frank. Suerte que están Duke, Earl, Miles, Sarah, Nina y Nat.

Hay que ver qué pocos colores siguen vivos cuando quiere llover y no llueve. La mayoría de tonalidades reptan moribundas hasta la retina, a medio camino entre el gris de los banqueros grises y el negro de sus cuentos corrientes para no dormir. Incluso a los más agraciados se les sube el pálido fluorescente de ascensor, ése que nos sienta a todos tan bien.

Vivimos de reojo cuando quiere llover y no llueve. Nadie se atreve a hacer planes, se aplazan las ilusiones más frágiles, que son las cotidianas, y así no hay forma humana de sonreír, ni mucho menos de sonreírse. Además, en cualquier momento todo puede precipitarse, y habrá que buscar con urgencia ese sofá que regale abrazos y esa manta voladora que nos transporte tan lejos como lo permita un the end.

En medio de tanto desfile de paraguas cerrados, los altos mandos milibares parecen los únicos preparados para las altas presiones. Y es que cuando quiere llover y no llueve, hasta los insignificantes hombres del tiempo se vienen arriba en su minuto de fama, deleitándose en ese momento de máxima audiencia en el que pronunciarán sus tres palabras mágicas, ese fin, ese de, ese semana. Ese en fin.

Quizás por todo ello, cuando quiere llover y no llueve, uno desea que, aunque jamás vaya a ser a gusto de todos, descargue ya violentamente o que suene de una vez un rayo de sol, pero que por favor el clima se defina en toda su contundencia. Como aseguran los expertos, cualquier ambigüedad, empezando por la meteorológica, es el principio de toda ansiedad. Y a mí, este casi me está matando la última oportunidad de pedirte perdón.

El mundo a punto de todo, las cosas a medio sentir y yo con estos celos. Celos de no estar contigo, de no verte mucho más. Celos de no sentirte mucho menos. Celos absurdos incluso antes de estar en celo. Celos humanos de ti, divina.

Y mientras siembro este sin sentido, una borrasca cíclica y anticiclónica anticipa litros de chubascos bajo ese par de pupilas tuyas rodeadas de nubes. Mientras me expongo a tanta inclemencia, marejada tú de tanta discusión, crecen bucles de inestabilidad con tendencia a cualquier cosa menos a desaparecer.

Todo esto cuando quiere llover y no llueve. Todo esto cuando quiero querer y no quieres. Cuando estoy suplicando que te quedes... ...y ya hace rato que te vas. www.ristomejide.com

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