jueves, 17 de julio de 2008

En la delgada línea...

(Fecha real: 9/julio/2008)


Creo que alguna película se titulaba algo así. Lo cierto es que vivimos rodeados de líneas que a menudo bordeamos y, muchas veces sin darnos cuenta, caminamos sobre ellas. A veces incluso saltamos de lado a lado, por mucho que tratemos de posicionarnos.

¡Y jugamos con esas líneas “imaginarias” desde pequeños”! ¿Quién no ha jugado a saltar por el paso de cebra sólo pisando las líneas blancas? ¿O quién no ha caminado por una acera con baldosas tratando de evitar pisar las líneas que las unen? Yo sí lo he hecho. ¿La última vez? Esta misma mañana, atravesando las baldosas que rodean la entrada al Palacio del Infantado… Y lo he hecho dando saltitos, ante la sonriente mirada de un chico que, con un gesto cómplice, ha hecho lo mismo que yo (seguro que, en secreto, también lo echaba de menos). Cuando pasan estas cosas uno se da cuenta de que todo el mundo tiene un pequeño payaso dentro (sólo hace falta rodearse de gente que nos de ese empujoncito para sacarlo).

Pero lejos del juego, vivimos bordeando líneas. Otras líneas. Las que separan la cobardía del egoísmo, la confianza en uno mismo de la prepotencia, la amistad del amor, el amor del odio (perdonad que no comparta eso de que el odio es una forma de amor) o incluso el odio de la indiferencia. Líneas como las que separan un flirteo de una relación, una amistad tardíamente retomada de un “ya es tarde”, un error de una traición, la confianza de la ingenuidad o el olvido de la dejadez.

El caso es que caminamos siempre sobre esas delgadas líneas y, de vez en cuando, no es mala idea mirar el suelo y comprobar qué líneas se cruzan bajo nuestros pies y sobre cuáles estamos caminando. Quizá, muchas veces, nos llevemos grandes sorpresas. ¿En qué lado estás tú?

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