lunes, 27 de abril de 2009

Por un microondas roto

Se ha roto mi microondas. Fue de pronto. Se rompió como se rompen muchas cosas: sin hacer ruido. Por culpa de la crisis, no puedo comprar uno nuevo en esa sección de “pequeño electrodoméstico” (Por cierto, no sé quién diablos lo llamó “pequeño electrodoméstico”: ¡Será pequeño para su cocina!). Fue una pena haber perdido hace tiempo un microondas que me regalaron. (Sí, amigos, se puede ser tan insensato como para perder un microondas…).
Me gusta el café caliente. Me gusta rodear con las manos una taza calentita de café con leche y, antes de bebérmelo, calentar un rato mis manos siempre frías. Por culpa de mi microondas roto, he tenido que rescatar del fondo de un armario un pequeño cazo en el que ahora tengo que calentar la leche a diario. Y acostumbrarme al “demasiado frío” o “demasiado caliente”.
No suelo dormir mucho porque, en mi agenda, con la “d” sólo existen palabras como "dirigir", "divertirse", "doblar", "divagar", "descubrir", "digitar, "decir"...etc. (todo, excepto “dormir”) pero, por culpa de mi microondas roto, ahora duermo aún menos. La culpa la tienen esos minutos que tardo en calentar la leche y estar pendiente de no quemar otro cazo en esa vieja cocina de gas (a veces olvido que no suena un “ding” cuando está caliente).
Por si esto fuera poco, el microondas era una tabla de salvación para disimular mis escasas dotes culinarias. Por culpa de mi microondas roto, se ha desequilibrado mi dieta. Una mañana me presenté a esos cuatro amenazantes fogones que parecían querer vengarse por las veces que he pasado junto a ellos mientras abría con desdén la puertecita del microondas: “Buenos días cocina –le dije con mi mejor sonrisa- creo que no nos habían presentado. Soy Murphy y prometo portarme bien… si me echas una manita”. Creo que ella no está dispuesta a poner de su parte…
Me paso el día corriendo de un lado a otro anotando ideas que encajan en cada uno de los proyectos que tengo en marcha. Por culpa del sueño y de mi dieta desequilibrada (provocados por mi microondas roto), la creatividad juega conmigo al escondite y no tengo reflejos para perseguirla. Para colmo, mi agenda se ha sublevado después de haberse visto abandonada sobre una máquina de tabaco, en casa de un amigo y en un estudio de grabación.
Debido al jugueteo de mi creatividad y a mis lapsus periódicos, tengo a cuatro personas esperando que les entregue la base para empezar a trabajar en uno de mis proyectos más ambiciosos… Lo más terrible, es que ellos no entienden que la culpa de todo la tiene un microondas roto. No entienden que muchas veces, cuando algo se rompe, se desencadenan una serie de catastróficas circunstancias.

lunes, 20 de abril de 2009

Palabras (I): Boca

Con la boca se habla, se come, se bosteza, se bebe, se silba, se grita, se besa, se canta, se susurra, se suplica, se recita, se hacen pucheros, se ríe, se sopla... Hay bocas de metro, bocas de riego, bocas de incendios, deliciosos boca-tas, enormes boca-dos, vinos de buena boca, y divertidos momentos tumbados boca-arriba. O boca abajo. Y también, dichos, muchos dichos...

Aunque uno sepa que en boca cerrada no entran moscas, a la mayoría acaba perdiéndoles la boca. “Es un boca-chancla” –tienden a decir muchos. Y es que, igual que a nadie amarga un dulce, a nadie amarga el estar en boca de todos. Conseguirlo siempre ha sido fácil. Basta con que uno cuente y cuente o que se le llene la boca con historias llenas de morbo (aunque sea de boquilla), para que el boca a boca se ponga en marcha y, con él, una maquinaria que a veces implica meterse en la boca del lobo.
Igual que muchos niños tienen una etapa en que se llevan todo a la boca, muchos adultos tienen una fase en la que no les importa que sus vivencias viajen de boca en boca. Reconozco quedarme con la boca abierta escuchando las historias que circulan por ahí. Sin embargo, y por mucho que intente cerrar la boca, también entro en el juego y acabo poniendo en boca de alguien frases mal entendidas, y una cosa lleva a la otra... Y he de decirles (con la boca pequeña) que con frecuencia los chascarrillos vuelven a viajar reconvertidos en algo distinto. Y así debe ser, porque no se hizo la miel para la boca del asno ni el chascarrillo para quien no sabe disfrutarlo y, si lo merece, dejar que siga viajando de boca a oreja.
No se me adelanten y me quiten de la boca otros dichos que anulan mis argumentos, como el que reza eso de que “por la boca muere el pez” (bien distinto lo entendió Fito Cabrales cuando decía que no moría, sino que vivía). Les taparé la boca si me contradicen y no dejan que me excuse porque esto, al fin y al cabo, es sólo un decir por decir, y porque nada de esto debe importarles si ustedes son de esos que tienen que preocuparse más por las bocas que han de alimentar que por las que han de tapar. Que esperono sea la mía.

jueves, 16 de abril de 2009

Bares, qué lugares... (II)

Llega el fin de semana y quiero actualizarles la agenda de bares visitables o no visitables. Aquí va una segunda parte de bares de Madrid. Disfruten y elijan bien (aunque ya se sabe que para gustos...).

DE PINTXOS (Castelló, 115).- Lugar de ambiente sofisticado, urbanita y con luces tenues para tomar cañas y acompañarlas de una gran variedad de pinchos. Todo por un precio razonable. No es muy grande, pero si tienes suerte, podrás sentarte en una de las 8 ó 10 mesas que tienen. Puedes tomarte ahí las primeras copas de la noche.
Puntuación: 7

V.O. (Sánchez Pacheco, 64).- Diminuto bar casi camuflado en una calle situada cerca del metro de Cruz del Rayo. Entre semana, dardos. Los fines de semana, música de la buena. Lo mejor: la música y el ambiente rockero. Rock internacional de antes y de ahora. Lo peor: el tamaño. Con unos metros más, harían maravillas!
Puntuación: 7

BOURBON CAFÉ (Carrera de San Jerónimo, 5. Metro Sol).- Un amplísimo espacio en el que picar viendo un espectáculo al principio de la noche o tomar copas sentado o de pie a partir de una hora determinada. Cada semana, la decoración y los camareros se empapan de una temática y resulta divertido meterse en un bar donde cada día te hacen viajar a un sitio distinto. Los camareros, en determinados momentos de la noche, se suben a la barra a bailar una pequeña coreografía. A saber: una camarera clónica de Sandra Bullock que te servirá y charlará contigo con la sonrisa puesta, y dos guapísimos camareros que deben dedicar su tiempo al culto al cuerpo. Lo mejor: el servicio y la decoración. Lo peor: los precios.
Puntuación: 6,5

BLUEFIELDS (Príncipe de Vergara, 128).- Espacioso bar con decoración que parece tratar de simular (sin conseguir) un ambiente “retro”. La música, variada, aunque tiende a comercial. Lo mejor: abren hasta tarde. Lo peor, los precios y a veces el ambiente es... raro.
Puntuación: 4,5

lunes, 13 de abril de 2009

Redescubriendo los cuentos

Aún hay muchos que creen en los cuentos de hadas. Otros prefieren simplemente lanzarse a la búsqueda del “y fueron felices para siempre”. También los hay nostálgicos, que acumulan historias que empiezan por “Erase una vez” y creen en príncipes azules, animales que hablan, personas absolutamete buenas o perversamente malas o incluso confían en que los sueños se conviertan en realidad con el chasquido de dos dedos.
Los demás también vivimos –aunque no nos demos cuenta- rodeados de cuentos. Los que nos cuentan en el día a día. Unos, para que trabajemos más, otros para que estorbemos menos, algunos para conseguir favores... Lamento comunicar que estamos rodeados de cuenta-cuentos rutinarios. Auténticos expertos. Algunos, reconozcámoslo, pueden ser peculiares e incluso divertidos. Hace poco conocí a uno de esos divertidos “cuenta-cuentos”. Era cubano, y comenzó su cuento diciendo algo así como “Corassón, yo llegué aquí hase algo más de un año...”. Ese cuento, como muchos, terminaba diciendo... “yo digo ‘mi amol’ sólo después de darte un beso”. Cuentos, cuentos y más cuentos.
Creemos no ser ingenuos cuando nos cuentan un cuento pero lo somos. Reconozcamos que lo hemos sido desde que creímos que el cuento de Caperucita, el de Blancanieves o el de Cenicienta eran en origen tal cual nos lo contaron. Dicen que el cuento real era más duro o incluso ‘gore’. Así lo recogía hace poco un artículo del diario 20 Minutos del pasado 10 de marzo. Con ayuda del libro “Los dueños de los sueños”, de Jesús Callejo, este artículo reflejaba las muertes macabras, mutilaciones y sangrientos castigos que existían en la primera versión de los cuentos más clásicos. Os cuento algunos ejemplos que publicaban:
  • BLANCANIEVES: La ingenuidad que nos vendieron no ha debido de ser tal, ya que se cuenta que esta dulce joven, una vez casada con su príncipe, decide vengarse de la reina por intentar asesinarla: “Habían puesto ya al fuego unas zapatillas de hierro y estaban incandescentes. Tomándolas con tenazas, la obligaron a ponérselas, y hubo de bailar con ellas hasta que cayó muerta” (Hermanos Grimm).
  • CAPERUCITA ROJA: Aunque a nosotros ha llegado un “lógico” final, como que el cazador mata al lobo, Perrault decía que la protagonista muere porque “el malvado lobo se echó sobre Caperucita Roja y la engulló de un solo bocado”. Según la versión de los hermanos Grimm, “la abuela y Caperucita fríen al lobo en una caldera de aceite”. Según el artículo de 20 Minutos, otras versiones dicen que el lobo obligaba a Caperucita a comer carne y beber sangre de la abuela. Lo más curioso es que en la versión de Perrault, éste incluye una moraleja para las “doncellas, en especial, las señoritas bien hechas, amables y bonitas” sobre los peligros de hablar “con lobos complacientes” que “las siguen hasta las casas y callejuelas”. (Parece que hay moralejas que siguen teniendo vigencia...)
  • CENICIENTA: La versión de los hermanos Grimm poco tiene que ver con los ratoncitos de Disney, la hermanastra no tan mala y la pureza. Al parecer, la madrasta cortó los dedos y los talones de sus hijas para que les encajase el zapato. Pero el príncipe las descubre “al ver correr la sangre”. Al final, las palomas de Cenicienta (esos lindos pajaritos que nosotros veíamos en el film de Disney construyendo un vestido) pican a las hermanastras en los ojos dejándolas “ciegas para toda su vida”. (Por perversas... cieguitas para toda la vida)
  • LA BELLA DURMIENTE: En este cuento de Perrault, el príncipe azul descendía de una familia de Ogros y, su madre, cuando veía a los niños, sentía ganas de devorarlos. “Quiero comerme a mi nuera –decía- en la misma salsa que a sus hijos”. (Vaya, parece que hay que estar seguro de la familia con la que emparenta uno...).
  • PULGARCITO: Según el artículo, Pulgarcito cambió las gorras de sus hermanos por las coronas de las hijas del Ogro, que “se dirigió a la cama de los niños, armado de su cuchillo para degollarlos a todos” y comérselos. Pero “al palpar los gorros, les cortó a todas la cabeza” (a sus hijas).
  • LA SIRENITA: Que muchos se olviden de la dulce Ariel de dibujos animados que bebe una pócima que sólo la convierte en una mudita adorable. En la versión de Andersen, la Sirenita sólo puede convertirse en mujer si bebe una pócima que la hace sentir como si caminara sobre cuchillos todo el tiempo.

lunes, 6 de abril de 2009

La mujer que descubrió el País de Nunca Jamás

La conocí pese a mi negativa a confraternizar por obligación. Siempre he sido del poco a poco pero, por suerte, ella también. En ella, la juventud no era cosa de la edad, sino algo de dentro afuera. Se enfundaba una camiseta rosa de tirantes y acudía a un concierto de rock a emocionarse por los logros de su retoño y al día siguiente, tras dar de comer a sus pajaritos, hacía un suculento guiso en aquella luminosa cocina. Contrastaban su fuerza y mentalidad joven con su serena forma de expresarse y moverse.
Ella hablaba poco, y cuando lo hacía, era para decir lo adecuado. Ni más ni menos. Siempre he recordado sus historias. Esas que comenzaban con el “cuando yo era más joven...”. Creo que alguna vez llegué a imaginar esa casona en la que vivió de joven y de la que cada uno de sus hermanos tenía un recuerdo tan distinto. Hablaba de su pasado y de su presente con contundencia y, sin alardes, era capaz de intervenir con sensatez en cualquier conversación sobre cualquier tema. Podría haber sido escritora, maestra, enfermera o incluso artista, porque cada cosa que caía en sus manos se transformaba en un cuadro, una muñeca de trapo, una figura de papel, un vestido, un mantel... Inundaba la casa con cuadros de colores vivos que mostraban objetos tras un cristal. Siempre tras el cristal.
Pero las cosas tenían que seguir su curso, y a las trabas de la vida, se unían cada vez con más fuerza las trabas de un cuerpo que no estaba dispuesto a ser benévolo con su juventud. Y de pronto, las corrientes le hacían viajar al País de Nunca Jamás. Y, cuando lo visitaba, olvidaba. Olvidó un mes, dos, tres meses... De pronto volvía y hablaba más que nunca... o de pronto callaba. Y se iba y olvidaba. Y volvía y recordaba... o no.
A veces, era imposible saber por sus palabras o por sus gestos si estaba en el País de Nunca Jamás. Un día, opté por buscar las respuestas en sus ojos. Y las encontraba o creía encontrarlas. Él decía que no debía buscar, ni pensar, ni entender, pero yo me resistía, y me preguntaba si el País de Nunca Jamás era un buen sitio en el que perderse, si estaría cómoda, si no era malo tener la mirada perdida mientras llevase la sonrisa puesta.
Un día, de manera repentina y mientras ella estaba en el País de Nunca Jamás, tuve que irme para siempre sin poder llevar conmigo un solo recuerdo suyo, de esos que decía que fabricaba para mí. Aunque éramos poco dadas al abrazo, nunca supo que más de una vez me habría gustado abrazarla. Aun cuando estaba en el país de Nunca Jamás, junto a su nueva chimenea, con su manta naranja y un libro de historia entre las manos.
Me pregunto si habrá combatido contra algún molino de viento en este tiempo. Me pregunto si recordará algunas conversaciones que, antes de su primer viaje, me regaló y que yo guardé en la cajita de los “aprendizajes”. Y, a veces, también me pregunto si habrá vuelto a enfundarse aquella camiseta rosa de tirantes con la que la conocí y con la que la vi por primera vez. Orgullosa y borracha de euforia. Feliz.