miércoles, 16 de diciembre de 2009

Backstage

“Siempre estamos actuando sobre el escenario”. Así resumía hace años un profesor de universidad las teorías sociológicas de un autor. Para aquel sociólogo, todos somos una especie de artistas representando cientos de funciones de forma continua e inconsciente. Y la representación cambia según el público que asista a la función (“el interlocutor”, decía). Según él, es casi imposible descubrir lo que hay cuando se baja el telón. Y, en todo caso, eso se descubre en soledad.

Empecé mi fin de semana asomándome al primer backstage
. El viernes. Una panda de músicos de edad avanzada que aún disfrutan del fenómeno gruppie pese al paso de los años. Detrás del telón había un montón de frases sin sentido, un puñado de errores mal-llamados experiencias, una montaña de tropezones, de egos borrachos y de sueños tirados en un sofá con un vaso de ron entre las manos. Y dos chupas de cuero manchadas de desidia.

Sólo un día después, viajé al segundo backstage. Abrí esa brillante puerta azul y ahí estaba, esperando lejos de las guitarr
as, junto a la estufa y con la música a un volumen que bien recordaría a su última función. Detrás de aquel telón había más cordura que en el escenario. Ese backstage estaba cargado de preocupación sincera, de letras dedicadas a una interlocutora estupefacta, de una invitación cotidiana, de avispadas insinuaciones entre líneas.

Pasaron las horas y desperté camino del tercer backstage. Escondida tras mi enorme bufanda, mi gorro y unos guantes con los que enfrentar el frío que empujaba desde el norte, me encontré frente a ellos, los dos “hermanos”. Detrás de aquel backstage había exactamente lo mismo que vi semanas antes en su representación. “Las mismas caras, los mismos gestos...”, dijo alguien la noche anterior. Serenidad, ternura y locura a partes iguales. Lejos de su escenario, de su estudio, apagaban la música y encendían millones de luces. Mejores que las del escenario. Mucho mejores.

Prefiero el backstage a las luces de neón, los focos y los aplausos.

martes, 1 de diciembre de 2009

De vuelta

Sigo prefiriendo caminar. Pese al frío. Suele ser más que inspirador. Cuando no es posible, intento aparcar el coche y viajar en transporte público y observar.

Casi siempre encuentro a esa chica con el gorro de lana y el flequillo afiletado bien colocado por fuera del gorro, con un móvil en la mano apunto de caerse por los cabezazos de Morfeo. Demasiada fiesta. A su lado, una chica con una perfecta coleta, cuello alto y gafas de pasta sostiene un libro en sus manos. Parece haber disfrutado siempre de una vida más académica que sentimental. A su lado, a veces, queda un sitio vacío y me imagino sentándome, cerrando el libro y diciéndole: “no vas a encontrar demasiado en esos libros que estudias tan concienzudamente”. En frente de ellos, un chico con ojos caídos, pantalones desgastados y zapatillas de marca cierra los ojos concentrándose en el sonido del hip hop que parece sonar en sus auriculares.

Hoy, por fin, he regresado a la calle mágica. Y he vuelto a encontrarme con el trovador de la esquina. Hubo un día en el que hablamos. Ahora, sólo nos miramos y él agacha la cabeza cuando paso. Yo le sonrío. La última vez que le vi llevaba camiseta y chanclas. Hoy llevaba unos guantes (cortados, para poder tocar la guitarra) y una bufanda gris. Tengo suerte. Muy pocas personas tienen un trovador a la entrada de su calle mágica.

Dicen que el estrés es la peor enfermedad de este siglo. También dicen que “sarna con gusto no pica”. Nunca he entendido si los “dichos” son compatibles. ..Llevo semanas apresando musas, corriendo, creando, encerrándome en un frío taller de escultores con una estufa. Ellos creen que es la estufa la que calienta. Nosotras sabemos que son todas esas esculturas a medio hacer las que dan calor a esa inmensa buhardilla de Carabanchel. Y también nosotros. Unos traen la guitarra, otros los diseños, otros las letras, algunos la tecnología y la literatura y todos, absolutamente todos, un puñado de cometas.

Disculpen la tardanza. Es un placer volver por aquí. Me alegra observar que sus comentarios han conservado el calor que dejó Irlanda.

Disculpen la tardanza. Les vuelvo a animar a entrar por aquí y no olviden cerrar la puerta porque, si no, no podré abrirles una o mil ventanas más. Al fin y al cabo, dicen que de eso trata la vida.