lunes, 23 de marzo de 2009

Musas, café y letras

Pensaba que la inspiración estaba con ella. Pensaba que las musas se habían mudado con ella a esa luminosa casa en la que entraba poco dinero pero de la que salían muchas emociones. Pensaba que podía colocarse frente a ellas y decirles: “después de estos meses de convivencia, hemos recibido varios encargos. Es el momento de que todas esas bacanales que pasamos juntas se conviertan en trabajo, en timings, en orden, en algo metódico”.
Cuando les contó todos esos proyectos que le habían ofrecido, las musas se rieron, se emocionaron y aceptaron el reto. Fue entonces cuando se puso manos a la obra con el beneplácito de sus musas. Primero había que crear el ambiente preciso, y para eso, y también con permiso de ellas, llegó él. Pasó la noche con ella en casa, arreglando la estructura, y de paso, sus vidas, como sólo ellos sabían hacer, para envidia de las musas.
Al día siguiente, se levantó, le despidió, se puso su chaqueta roja de retales, esa con capucha de duende que compró en un pequeño puestecito cacereño y que le hacía sentirse cómoda, se encendió un cigarro y se preparó una taza de café. Abrió su ordenador portátil y despertó a las musas para que le rodeasen. Nada, nada y nada. “¡Vaya! ¿Es que ahora estáis perezosas? ¡Sólo os pido lo mismo que antes!”.
Confundida, salió a dar un paseo y sonó una alarma que debía haber borrado del móvil hace tiempo. Quizá era el momento de destapar la cajita de los recuerdos y recurrir al pasado en busca de algo inspirador. Sin guantes, sin gafas, sin tapones en los oídos. Desnuda. Poco a poco destapó la caja y ahí estaba todo, pero... no era lo que pensaba. No servía para nada. Sentada en un banco del parque, descubrió que en esa cajita ya sólo había humo, ni si quiera cenizas... Con humo –intuyó- las musas no podrían construir algo sólido.
Llegó a casa y las musas se habían ido. Se sentó en el suelo del pasillo, abrazando sus rodillas contra su pecho y apoyando la cabeza sobre ellas. Se sentía más frágil que nunca. Con miedo a que, igual que el pasado, todo acabase convirtiéndose en humo. Y ni si quiera podía dedicar tiempo a pensar en ello porque Tiempo era lo único que no le quedaba.
Trató de encontrar soluciones. ¿Debía llamar a quien hace unos días le prometió prestarle unas cuantas musas que tenía en casa sobre la cama? ¿O contestar el mensaje de aquel, el que la resucitó hacía meses y que se movía con soltura entre divas inspiradoras? O quizá hablar con aquel que ... Qué más da. Le había costado demasiado tiempo encontrar musas propias como para tomarlas prestadas y volver a agarrarse a musas ajenas.
Se levantó, cogió su Moleskine y releyó esas frases sueltas que colgaban de cada página y que habían dejado apuntadas las musas. Cogió su disfraz, se puso la máscara y se fue. Aquella noche salió en busca de las musas y se topó con varios egos, algunos seres apaleados por la varita de la creatividad y... con el buen Ivahn que –con gesto condescendiente – le recordó que eso “duele, que son cosas normales... es lo que tiene ser princesa de los arrabales”.
Cuando llegó a casa, apenas podía mantenerse en pie, estaba agotada. La cabeza le iba a estallar porque, sin musas, las cosas volverían a no tener sentido. Quizá no debía haber aceptado encorsetarlas y tratar de organizarlas. Aun tambaleándose, dejó café preparado por si, al levantarse, habían decidido volver. Cogió el libro de Momo, cuyos fragmentos releía de vez en cuando para recordarse su rechazo a los “hombres grises que roban el tiempo a las personas” y se acurrucó en el lado derecho de la cama por si ellas, o él, volvían aquella noche. Amaneció y, en el salón, alguien tocaba la guitarra. Nunca se había alegrado tanto de que, por fin, volviese a llegar la primavera. Se había cumplido el ciclo.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, un texto increible. He tenido que leerlo varias veces y a cada lectura sacaba algo nuevo. Si que tienes musas tu!!

Un besazo

Tesa dijo...

Aquellos que gustamos de juntar letras, sin Musas no somos nadie.
Son tan libres... vienen y van a su antojo, nos arropan y nos vuelven a dejar en nada.

Ramón de Mielina dijo...

no hay que confiar en las musas. a uno la musa le sale al encuentro donde menos se lo espera, en el cuerpo de quien menos se lo espera y cuando menos lo pensaba.

Vitalnn dijo...

no tengo mas que decir, que es una maravilla la musa que te inspiró para este relato.

Un saludo.

Murphy White dijo...

Gracias... Sí, caprichosas son las musas y, aunque uno no confíe sólo en ellas, no siempre están dispuestas a dar su brazo a torcer ;)

Anónimo dijo...

Vaya pedazo de texto. Enhorabuena!
Ra.

Rockdriguez dijo...

La musas que son ?

"Habrá que desenvainar las espadas del texto,
Y escribir una canción aunque no haya algún pretexto,
y dedicársela al primero que pase caminando,
al que se quedó pensando, al que no quiere pensar,
al olvido selectivo, a la memoria perdida,
a los de los pedazos de vida que no vamos a perder... jamás"

VolVoreta dijo...

Las musas son así...aparecen y desaparecen a su antojo.
Cuando se sienten muy dentro, es primordial, ponerse manos a la obra.
Te dejo un beso.

Don dijo...

Preciosas conjeturas sobre las siempre esquivas musas. Tus textos me sugieren cosas... me dan ganas de escribir. Supongo que nos guían biorritmos de similar frecuencia. Estaré leyendo.

Anónimo dijo...

¿¿¿¿Y eso está escrito sin musas????

Murphy White dijo...

Gracias Ra.

Rockdriguez... grande Calamaro, tú lo sabes mejor que nadie ;)

Volvoreta... sí, por eso hay que dedicarles toda tu atención mientras están... :)

Uge... si te anima a escribir... ¡¡escribe!! Y pídele a tus musas que se den una vueltecita por aquí, que las espero con el café recien hecho!

Besos a todos

ALMAGRISS dijo...

Menos mal que tienes tu Moleskine siempre a mano para anotar esas cosillas (pedazo de arte tienes) y no dejar que se conviertan en humo... por cierto, que recuerdos lo de Momo y los hombres grises... :)
Un besazo niña

Anónimo dijo...

... por lo que veo, las musas volvieron, al menos al personaje de la historia... ;)

Murphy White dijo...

Gracias Almagriss... Sí, alguien me recordó hace poco que Momo es un libro que hay que releer de vez en cuando...