lunes, 22 de diciembre de 2008

Naricilla de payaso

Llegaste a casa, a tu nueva casa, y alguien especial te había dejado una nariz de payaso sobre la cama. Junto a ella, una nota: “una naricilla payasil para cuando necesites alegrar el día”. Esos días, te decían que escaseaban los motivos para sonreír, que se vendían caros. Que no era fácil provocar una simple mueca algo cómica.
Viste la nariz, sonreíste y la guardaste en tu bolsillo. Las primeras semanas ni recordabas que viajaba contigo. La sacaste un día y alguien sonrió a un mal día. Poco tiempo después, te la pusiste y te reíste de ti misma. Al final, esa pequeña naricilla verde se había convertido en algo tan personal que, hasta en los momentos ‘menos oportunos’, se abría camino. Y funcionaba. Y hasta él te pidió que nunca dejases de llevarla.
Quizá por eso, desde entonces, llevas siempre la nariz en el bolsillo. La nariz verde de payaso.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Metro de Madrid... suena

Las tecnologías no avanzan al ritmo de las personas. De algunas personas. Y no porque sean incapaces de emplearlas sino porque no entienden bien el dónde, el cómo ni el cuándo.
Viernes noche, línea 5 de Metro de Madrid, una de las más céntricas y la que –de forma habitual- concentra mayor variedad de personas, personajes y sucedáneos humanos, entre los que me incluyo. Entre el murmullo que acompaña a cada vagón, empieza a despuntar una voz con ese acento que muchos identifican con Madrid, cargado de “egques, troncos y tíos”. Por supuesto, el móvil en la oreja (ahora que el Metro tiene cobertura, no se puede desaprovechar!).
- Que no me río, tonta. Que me gusta que seas así.
Sin darte cuenta, caes en esa manía tan española de reconducir tus neuronas y analizar conversaciones ajenas. Levantas la cabeza y observas cómo un chico de unos 17 años, ataviado con su gorra, pendientes y sudadera de rayas, pasea por el vagón –cual salón de su casa- mientras mantiene la típica conversación adolescente por teléfono de “ahora somos amigos pero... las dejo caer”. Inmediatamente pones cara a la pipiola que, al otro lado del teléfono, lanza frases tontunas para que le doren la píldora. Nuestro amigo continúa gritando:
-Eg que voy en el metro. Sí, tronca. Te juro que voy en metro y tengo cobertura. No me queda mucho saldo, pero shi quieres pido dinero y te llamo dezde una cabina.
Cuando termina la conversación, cada uno vuelve a sus quehaceres, camuflando el monedero por si nuestro amigo empieza a recaudar cash para seguir su conversación de “cuelga tú, no tú, no mejor tú”. Volvemos a mirarnos unos a otros, consultamos el móvil, la parada... Pero nuestro amigo, el de la sudadera de rayas, vuelve al ataque.
-¿Sí? Tronco, ya estoy llegando. Te lo juro por Diosh. Ehpérame un minuto. Que shí, que síh. Te juro por Diosh que voy ya por Chueca, que Gran Vía esh la siguiente!!!
Ahí llega el sobresalto. Nuestro joven amigo, además de gritar mientras recorre el vagón de lado a lado, ha provocado que todos nos movamos confusos pensando que el tren había pegado tal acelerón que se había saltado cuatro estaciones de golpe. Uf, nuestro amigo “te juro por Dios” mentía. A gritos. Aún no habíamos llegado si quiera a Alonso Martínez, pero imagino que un ‘te juro por Dios’ siempre queda mejor acompañado de una mentirijilla.
Después de 12 repeticiones del... “Que sí, tronco, te lo juro por Dios, que voy por Chueca. Espérame que la próxima es Gran Vía y me bajo. Tronco, te lo juro por Dios, que ya llego” , lo que volvió fue el bendito murmullo silencioso de viernes. Todas nuestras neuronas, ahora sí, pensaban en lo ridículo de la situación de nuestro amigo del que ya teníamos más información de la que necesitábamos... Pero entonces...
-Tiroriroriiiii. Tiroriroriiii.
Mi bolso había empezado a vibrar. Contesto susurrando.
-¿Sí? Raúl, ya estoy llegando. Vale, vale, ahora voy para allá. Sí, estoy casi en Gran Vía. (Me reí, tratando de morderme la lengua para no decir un “te lo juro por Dios”!)
Levanto la cabeza y la fila de enfrente me mira sonriendo. Les devuelvo una mueca de “todos somos iguales, qué le vamos a hacer”. Pero esta vez, al menos, sí llegábamos a Gran Vía.

sábado, 13 de diciembre de 2008

De nada

Anoche me sorprendieron. Será por eso de que la vida es rara, sorprendente y a menudo (muy a menudo) absurda e incomprensible. Vamos, que la racionalidad y la vida son incompatibles. Ayer me felicitaron. Tres veces. Por teléfono, en persona y por mensaje. Ni si quiera sabía por qué (ya se sabe que -cuando una vive en otro Planeta- trata de apartar la vista de lo que sucede en la Tierra...). Luego lo entendí.
Cuando uno ha hecho algo bien, siempre espera un mínimo reconocimiento. Una palmadita en la espalda. Un “fue también gracias a ti”, “este reconocimiento también lleva tu nombre escrito” o un simple “gracias”. Raramente se logra. Las personas somos así de necias y de poco dadas a agradecer -en las maduras- a quien nos ha ayudado “en las duras”. Es más, está asumido y nos hemos acostumbrado a no recibir palmaditas. Por eso, una se extraña cuando le llueven enhorabuenas de otros, de aquellos que –aun fuera del círculo ‘afectado’- observan, ven, y se acercan a ti para decirte: “aunque no soy yo sino ellos quienes deberían agradecértelo, aunque no se hayan dado cuenta –o no se acuerden-, ten presente que tú también te mereces esa ‘enhorabuena’, esa palmadita en la espalda. Felicidades”.
Bien, pues también a veces, aunque suene a egocentrismo barato, no es mala idea reconocer que sí, que esas ‘gracias’ deben ser nuestras. Enhorabuena a mí. ¡Bien por mí!

martes, 9 de diciembre de 2008

Recuerdos en venta

Las rupturas son rentables. Sí, lo son. Para psicólogos (terapias supera-baches y recupera-autoestimas) y para heladerías (comilonas a consecuencia de tanta serie americana, porque si no, comeríamos chorizo). Son rentables para gimnasios (compensación de las comilonas compulsivas y puesta a punto del cuerpo) y para bares (ya decía Fito que los bares “se deben abrir para cerrar las heridas”). Por supuesto, también lo son para quien deja y para la nueva adquisición (aquel/aquella que, para el abandonado, nunca tiene nombre y se convierte en “el nuevo o la nueva, el capullo o la golfa, el cabr... o la zorr...).
Pero ¿cuántas empresas intentan llevarse su porción del dolor ajeno? Les copio la noticia que leí el otro día en la prensa, por si alguno de ustedes quiere complementar sus terapias de psicólogos, helados, bares, amigos consoladores, etc., con algo distinto:
El portal de búsqueda de pareja y amistad Meetic ha convocado una "terapia solidaria para dejar a un lado los malos recuerdos de los ex". El acto tendrá lugar el próximo día 11 de diciembre en la explanada existente frente a la estación de metro madrileña de Príncipe Pío; lugar al que los que deseen "luchar contra el mal de amores" deberán llevar los objetos de los que quieran deshacerse.
Así, 'De patitas en la calle' pretende cumplir un doble objetivo: contribuir a que los solteros "den un paso adelante, olvidando a su antiguo amor" y reunir objetos que, después de pasar un filtro, serán reciclados o donados a la ONG OSCUS y a la Fundación Bip-Bip.
Según un estudio elaborado por la empresa de contactos, el 80 por ciento de los solteros estaría feliz de deshacerse de todos los recuerdos del amor pasado. Además, el 65 reconoce buscar el amparo de un "buen amigo para llorar las penas" después de una ruptura.
"A pesar de que somos los más románticos e intentamos luchar por nuestra relación contra viento y marea, el 55 por ciento de los encuestados afirma que no tiene ningún reparo en finalizar la relación si las cosas se ponen feas, con independencia de la situación que atravesara su economía doméstica", recoge el informe (elaborado a partir de encuestas a 1.000 usuarios), mientras que un 40 por ciento afirma que se vería claramente afectado al prescindir de los ingresos de su ex pareja, pero que "llegado el caso, le echaría de casa igualmente".
La mejor cura
Un 73 por ciento de encuestados reconoce que la mejor cura para las penas de amor es encontrar una nueva pareja lo antes posible, y un 80 por ciento confirma que estaría feliz de deshacerse de todos los recuerdos del amor pasado que son, según afirman los propios afectados, sus fotos (40 por ciento), cartas, correos electrónicos y SMS románticos (30 por ciento), joyas regaladas por el ex (15 por ciento), peluches (10 por ciento) y recuerdos o tickets de eventos (5 por ciento).
¿Cuándo nos hemos convertido en porcentajes? ¿Vista una ruptura vistas todas? ¿Para qué guarda la gente recuerdos de un mal final? ¿Sólo a un 15 por ciento le han regalado joyas? ¡Serán ratas los muy...!
Y sigo preguntándome... ¿De verdad Meetic cree que la gente se deshará de algo más que cartas o peluches...? Ah! Sí! Seguro que más de un@ dice: “Mi ex me regaló este piso y este coche, pero como me recuerda a él/ella, lo voy a regalar” Ja!
En cualquier caso, como parecen mandar esos cánones tan escrupulosamente definidos, busquen en los recovecos de su casa por si tienen algún mal recuerdo en forma de objeto inútil made in algún ex. Aunque... les invito a hacer algo mejor. Un llamamiento a sus ex (y a la cordura, si es posible) y les digan algo así como: “Si tienes algo mío, no lo tires... ¡devuélvemelo, que no tengo un duro!”.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Luz y asfalto

Siempre has adorado la ciudad. Grande. Caótica. Ese anonimato a veces perfecto, a veces hasta cómplice. Te sirve de refugio igual que, otras veces, te empequeñece entre la multitud. Pero te gusta.
Siempre te has aferrado a la ciudad. A esas noches que te han sabido a “perfectas”. La luz, la gente, el tráfico, el frío, los tallarines a las 4 de la madrugada (disponibles para quien se arriesgue), la luna camuflada entre farolas, antenas y luminosos... Incluso las colas en los bares. No importa. Te gusta. Siempre ha sido un placer poder tomar –como recordaba el buen Ramón- frambuesas en una bandeja de hielo, brugales en copa grande, cañas bien tiradas, nachos de Van Gogh. Siempre ha sido mágico volver a por Jarritas siete años después, y que vuestro camarero, Félix, siga allí dispuesto a decir que, pidáis lo que pidáis, redondeará por lo bajo. Siempre son especiales las filosofías baratas en el Treinta y Tres. Un martes. Un miércoles. Qué más da.
Siempre has disfrutado de la ciudad. Te hace fuerte. Incluso las mañanas. De camino al trabajo, todo cambia cada día y, a la vez, todo se repite. Atraviesas la calle entre gente corriendo y pasas por ese bar que tanto te recuerda al de las historias de Almagriss con su ‘señora del imperdible’. Algún día, incluso tratas de pegar la nariz al cristal por si existe esa “mujer del imperdible”. Pero esas cosas no se repiten. Esa es su historia.
Atraviesas cada mañana esa callecita en la que siempre, de forma cíclica, aparecen los mismos personajes. Con distinta cara. Un joven con mochila, anorak y bufanda, una señora paseando el perro entre toses y suspiros... Pasas frente a esa pequeña pastelería en la que hace más de 20 años acostumbrabas a comprar los donuts para el colegio (¡costaban 20 pesetas!). A las 8 y tres minutos siempre está una señora fregando el suelo. El tramo siguiente del recorrido transcurre por esa cortísima calle en la que –como dirigidos por un general- cada día formáis dos filas, una para cada sentido. A ti siempre te toca la de la derecha y tratas de guardar esa extraña distancia de seguridad. ¿El ritmo? El que te marca el metrónomo interno que tenéis los urbanitas. El último tramo, por fin, la gran Avenida. De pronto se produce esa asombrosa explosión de sonidos, personas, carreras, repartidores de prensa, taxistas, autobuses... El caos. Te gusta.
Siempre te ha gustado la ciudad, incluso en Navidad. Pese a la gente, los empujones, las luces cegadoras, la felicidad fingida, los ‘papanoeles’ de pacotilla, las cenas de empresa, las cestas de Navidad y los regalos pendientes que ya nunca darás. Este año tienes claro que será distinto, pero hay cosas que no cambian. Tu ciudad no cambia.
Siempre te ha gustado la ciudad y ahora, por fin, es completamente tuya. Enhorabuena.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Lunes

... Y venía yo dispuesta a hablarles de mi peculiar e intenso fin de semana... Y venía yo dispuesta a contarles mi reconducción profesional, a contarles mi romántico fin de semana, a narrarles mis nuevas expectativas e incluso a mencionarles cuán variopinta y especial es la gente con la que me he cruzado en la última semana. Incluso pretendía divagar sobre lo especiales y bonitas que están las calles de Madrid en una casi-polar madrugada de invierno. Pero un lunes así merece un espacio por sí mismo.
Dicen que los lunes son feos, tristes, angustiosos. Yo siempre he cargado mucho más contra los martes. Manías que tiene una. Además, este lunes, mi lunes, había empezado bien. Había sueño, sí, pero mi angelito guardián número 1 me había dejado café hecho. ¡Subidón mañanero! Más tiempo para la difícil tarea de acicalarme. Aun así, ahora que -como sabrán ustedes- mi trayecto al trabajo es distinto, he corrido hacia el autobús. ¡Perfecto! El autobús anterior ha salido antes de su hora y parece estar esperando por mí. Subo. La puerta se cierra y me siento junto a quien parecía persona y luego se convirtió en un personaje que hacía ruiditos mientras clavaba sus ojos en un libro pegado a la punta de su nariz. No pasa nada, porque a los 10 minutos de este día que amenazaba nieve, el personajillo se bajó.
Fantástico. Hoy sale todo redondo, así que despliego mis enseres y vuelvo a convertir mi doble-espacio del autobús en mi oficina móvil. Repaso las notas de mi nueva profesión, analizo los puntos básicos de la reflexión del día. Pero... ¿desde cuándo el autobús tiene esta ruta? ¿Y este Mercadona de dónde ha salido? Tras dos minutos de estupefacción me levanto, corro hacia el conductor y con voz aguda de jovencita desvalida pregunto: “Esto... este autobús no va a mi destino, verdad?”. La cara de pena del autobusero era digna de un retrato del Greco. “No, hombre, no”. Tuerzo la boca apunto de soltar una carcajada (sí, últimamente, estas situaciones me hacen gracia). Pregunto: “Pero, ¿dónde estoy?”. Tras la respuesta, no pude disimular una risa tímida. “No te preocupes –me tranquilizó el conductor- sólo tienes que bajarte en la siguiente parada, andar 15 minutos por la calle de la derecha, rodear una plaza enorme que está en obras, seguir hacia la derecha y ahí, en la estación, cogerás un autobús hacia una localidad X. Allí tendrás que tomar un nuevo autobús para llegar a tu destino”.
¿Cómo no me di cuenta antes? Debí percatarme cuando escuchaba a las dos cotorras que hablaban de adornos de navidad detrás de mí. O cuando atronaba en mi cabeza la voz de contrabajo de un joven que hablaba por teléfono en la fila de al lado. Debí darme cuenta de que esas personas no eran propias de mi destino. Ya daba igual. Empezó a llover, cogí mis bártulos y me bajé, mientras un "¡Lo siento!" cargado de ternura salía de la boca del autobusero. “No pasa nada!”, contesté riendo.
El resto, fue un agradable y frío paseo. Agradable, porque en esta localidad tienen un humor estupendo los lunes por la mañana. No en vano, me han llamado dos veces “guapa” (y eso que una no es muy dada al contoneo) y un anciano entrañable me ha “invitado” a subirme con él a un autobús mientras yo buscaba indicaciones sobre la parada. En medio del absurdo y de mi largo camino, me he detenido ante un kiosko de la O.N.C.E... “¿Y si en un día como este, además, me toca la lotería?”. He comprado un “Rasca”. “Compra el de Navidad –me ha dicho el vendedor-, que tienes tres posibilidades”. Lo he hecho y he rascado con rapidez ante su atenta mirada. “Nada, nada... y nada”. “No te preocupes –ha dicho- seguro que no necesitas dinero para ser feliz”. Tenía razón.
Al final, no he llegado al autobús porque, antes de llegar a la parada, un segundo angelillo salvador ha tenido a bien llevarme a mi destino, donde estaba mi cara-mañanera favorita esperándome con un café calentito...
No carguen contra los lunes. Pueden ser días buenos. Sólo hay que tener el chip adecuado.