
Cuando uno ha hecho algo bien, siempre espera un mínimo reconocimiento. Una palmadita en la espalda. Un “fue también gracias a ti”, “este reconocimiento también lleva tu nombre escrito” o un simple “gracias”. Raramente se logra. Las personas somos así de necias y de poco dadas a agradecer -en las maduras- a quien nos ha ayudado “en las duras”. Es más, está asumido y nos hemos acostumbrado a no recibir palmaditas. Por eso, una se extraña cuando le llueven enhorabuenas de otros, de aquellos que –aun fuera del círculo ‘afectado’- observan, ven, y se acercan a ti para decirte: “aunque no soy yo sino ellos quienes deberían agradecértelo, aunque no se hayan dado cuenta –o no se acuerden-, ten presente que tú también te mereces esa ‘enhorabuena’, esa palmadita en la espalda. Felicidades”.
Bien, pues también a veces, aunque suene a egocentrismo barato, no es mala idea reconocer que sí, que esas ‘gracias’ deben ser nuestras. Enhorabuena a mí. ¡Bien por mí!
2 comentarios:
Pues eso... ¡bien por ti!
Ra.
Yo también te doy la enhorabuena, aunque sepa a poco.
Un saludo.
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