sábado, 13 de diciembre de 2008

De nada

Anoche me sorprendieron. Será por eso de que la vida es rara, sorprendente y a menudo (muy a menudo) absurda e incomprensible. Vamos, que la racionalidad y la vida son incompatibles. Ayer me felicitaron. Tres veces. Por teléfono, en persona y por mensaje. Ni si quiera sabía por qué (ya se sabe que -cuando una vive en otro Planeta- trata de apartar la vista de lo que sucede en la Tierra...). Luego lo entendí.
Cuando uno ha hecho algo bien, siempre espera un mínimo reconocimiento. Una palmadita en la espalda. Un “fue también gracias a ti”, “este reconocimiento también lleva tu nombre escrito” o un simple “gracias”. Raramente se logra. Las personas somos así de necias y de poco dadas a agradecer -en las maduras- a quien nos ha ayudado “en las duras”. Es más, está asumido y nos hemos acostumbrado a no recibir palmaditas. Por eso, una se extraña cuando le llueven enhorabuenas de otros, de aquellos que –aun fuera del círculo ‘afectado’- observan, ven, y se acercan a ti para decirte: “aunque no soy yo sino ellos quienes deberían agradecértelo, aunque no se hayan dado cuenta –o no se acuerden-, ten presente que tú también te mereces esa ‘enhorabuena’, esa palmadita en la espalda. Felicidades”.
Bien, pues también a veces, aunque suene a egocentrismo barato, no es mala idea reconocer que sí, que esas ‘gracias’ deben ser nuestras. Enhorabuena a mí. ¡Bien por mí!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues eso... ¡bien por ti!
Ra.

Anónimo dijo...

Yo también te doy la enhorabuena, aunque sepa a poco.
Un saludo.