lunes, 30 de marzo de 2009

¿Sexto sentido? Ja!

Dicen que existe un sexto sentido. Dicen que las mujeres, todas, lo tenemos. Pero sepan ustedes que eso no es algo genético. El sexto sentido no se trae puesto con la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto (sí, aprobé primero de parvulitos). Parece que el sexto sentido hay que crearlo, provocarlo, trabajarlo, entrenarlo, afinarlo y reprenderlo si no funciona.
Cuando una gran decepción te grita a la cara que tu sexto sentido falló, una reajusta automáticamente su escala de “cosas decepcionantes” y aprieta un poquito las clavijas de su ya desafinado sexto sentido (no todos tienen oído absoluto). Pues bien, nunca deben confiarse. Y si no, aquí les cuento algunos casos que, por comunes, disculpen que no recuerde si son míos o alguien me los contó...

CASO 1: De profesión ¿bonachón?
Le conocí hace unos seis meses y apenas hemos coincidido cinco veces para intercambiar otras tantas conversaciones. Confiando en mi sexto sentido, comenté con amigos: “Ese chico parece buena gente y muy majete” (*Nota: cuando una chica dice de un chico que es ‘majete’, significa “no me atrae ni habrá nunca tema, pero le aceptaría como amigo de cañas”). “- contestaron- y parece bonachón y sencillote”.
Hace unos días, en una entretenida comida con amigos en común, me contaron, entre risas, que la novia de aquel bonachón tiene más “antenas” que un saco de caracoles. De pronto, parece que aquel tierno personajillo tenía poco de tierno y mucho de personajillo. ¿Un lobo con piel de cordero? ¿No se le notaba el disfraz? Warning. Me la coló. El sexto sentido... falló”.

CASO 2: De profesión, ¿pelota?
La conocí hace cuatro años. Pensé que todo lo hacía buscando algo a cambio, un reconocimiento, sobre todo porque se acercaba mucho a ellos. Desconfié aún más cuando él decidió despreciarla sin más. Pensé que aquella chica siempre esperaba una contraprestación. “¿Favores gratuitos en este mundillo? Ni hablar! Busca un puesto en todo este circo".
Hace ahora seis meses que he retomado el contacto con ella. No era lo que vendían de ella. Sigue pendiente y haciendo favores incluso a quien sólo le da a cambio las gracias. El sexto sentido falló. El mío falló y el de alguno con respecto a ella, aún sigue fallando. Una lástima.
Permítanme que no convierta esto en una especie de Diario de Patricia trasnochado o terapia de grupo de Sextos Sentido-adictos... Por eso, para finalizar, déjenme recordar una sola cosa: deben llevar su sexto sentido periódicamente a un luthier; recuerden que es un instrumento muy delicado y que, bien afinado, suena de maravilla.

lunes, 23 de marzo de 2009

Musas, café y letras

Pensaba que la inspiración estaba con ella. Pensaba que las musas se habían mudado con ella a esa luminosa casa en la que entraba poco dinero pero de la que salían muchas emociones. Pensaba que podía colocarse frente a ellas y decirles: “después de estos meses de convivencia, hemos recibido varios encargos. Es el momento de que todas esas bacanales que pasamos juntas se conviertan en trabajo, en timings, en orden, en algo metódico”.
Cuando les contó todos esos proyectos que le habían ofrecido, las musas se rieron, se emocionaron y aceptaron el reto. Fue entonces cuando se puso manos a la obra con el beneplácito de sus musas. Primero había que crear el ambiente preciso, y para eso, y también con permiso de ellas, llegó él. Pasó la noche con ella en casa, arreglando la estructura, y de paso, sus vidas, como sólo ellos sabían hacer, para envidia de las musas.
Al día siguiente, se levantó, le despidió, se puso su chaqueta roja de retales, esa con capucha de duende que compró en un pequeño puestecito cacereño y que le hacía sentirse cómoda, se encendió un cigarro y se preparó una taza de café. Abrió su ordenador portátil y despertó a las musas para que le rodeasen. Nada, nada y nada. “¡Vaya! ¿Es que ahora estáis perezosas? ¡Sólo os pido lo mismo que antes!”.
Confundida, salió a dar un paseo y sonó una alarma que debía haber borrado del móvil hace tiempo. Quizá era el momento de destapar la cajita de los recuerdos y recurrir al pasado en busca de algo inspirador. Sin guantes, sin gafas, sin tapones en los oídos. Desnuda. Poco a poco destapó la caja y ahí estaba todo, pero... no era lo que pensaba. No servía para nada. Sentada en un banco del parque, descubrió que en esa cajita ya sólo había humo, ni si quiera cenizas... Con humo –intuyó- las musas no podrían construir algo sólido.
Llegó a casa y las musas se habían ido. Se sentó en el suelo del pasillo, abrazando sus rodillas contra su pecho y apoyando la cabeza sobre ellas. Se sentía más frágil que nunca. Con miedo a que, igual que el pasado, todo acabase convirtiéndose en humo. Y ni si quiera podía dedicar tiempo a pensar en ello porque Tiempo era lo único que no le quedaba.
Trató de encontrar soluciones. ¿Debía llamar a quien hace unos días le prometió prestarle unas cuantas musas que tenía en casa sobre la cama? ¿O contestar el mensaje de aquel, el que la resucitó hacía meses y que se movía con soltura entre divas inspiradoras? O quizá hablar con aquel que ... Qué más da. Le había costado demasiado tiempo encontrar musas propias como para tomarlas prestadas y volver a agarrarse a musas ajenas.
Se levantó, cogió su Moleskine y releyó esas frases sueltas que colgaban de cada página y que habían dejado apuntadas las musas. Cogió su disfraz, se puso la máscara y se fue. Aquella noche salió en busca de las musas y se topó con varios egos, algunos seres apaleados por la varita de la creatividad y... con el buen Ivahn que –con gesto condescendiente – le recordó que eso “duele, que son cosas normales... es lo que tiene ser princesa de los arrabales”.
Cuando llegó a casa, apenas podía mantenerse en pie, estaba agotada. La cabeza le iba a estallar porque, sin musas, las cosas volverían a no tener sentido. Quizá no debía haber aceptado encorsetarlas y tratar de organizarlas. Aun tambaleándose, dejó café preparado por si, al levantarse, habían decidido volver. Cogió el libro de Momo, cuyos fragmentos releía de vez en cuando para recordarse su rechazo a los “hombres grises que roban el tiempo a las personas” y se acurrucó en el lado derecho de la cama por si ellas, o él, volvían aquella noche. Amaneció y, en el salón, alguien tocaba la guitarra. Nunca se había alegrado tanto de que, por fin, volviese a llegar la primavera. Se había cumplido el ciclo.

miércoles, 18 de marzo de 2009

No me entiendan mal. O, quizá, sí.

En uno de esos días de lecturas, doblajes y cuentos, pasó por mis manos un texto que podría haber escrito yo misma. Alguien lo debió hacer por mí. Hablaba de la importancia del sarcasmo. Y decía algo así como “quizá pierdas algún amigo, pero te sentirás bien”. No me entiendan mal, no haré apología de la anti-amistad ni les animaré a ir perdiendo amigos por el mundo (con lo caros que se cotizan). Pero sí a divertirse, disfrutar y jugar con el sarcasmo... mientras uno pueda esquivar alguna mano que quiera pasear con dureza hacia su cara (siempre hay que saber bajarse, como decía Ariel, en la "penúltima estación").
El texto (de no recuerdo qué autor) ponía ejemplos. Uno de ellos, el de un actor que envió dos invitaciones para su próxima representación a un crítico por el que no profesaba gran cariño. En la nota que acompañaba las invitaciones, decía algo así:
- “Le envío dos invitaciones para la obra que estreno. Una es para usted, y la otra para un amigo... si tiene usted alguno”.
La respuesta del crítico no se hizo esperar. Fue con otra misiva:
- “Le agradezco la invitación a su obra, pero no podré asistir. Espero poder asistir a su siguiente representación... si tiene usted alguna”.
Por respeto a la literalidad del autor, no reproduciré en este texto otros ejemplos, pero seguro que haría que –aun con su dureza- todos ustedes sonrieran como yo lo hice mientras alguien lo leía.
Al parecer, la palabra sarcasmo viene del latin “sarcasmus”, que a su vez procede del griego “sarkasmo” (que, según dicen, significaría algo así como “cortar un pedazo de carne”). ¡Caramba! ¿El efecto del sarcasmo es tan brutal como si arrancase a alguien un pedazo de carne? Teniendo en cuenta que la RAE también lo describe como “burla sangrienta”... ¿Soy algo así como una carnívora sanguinaria del lenguaje! (Siempre preferiré eso que se atribuye al gran Oscar Wilde y que dice que es la “forma más baja de humor pero la más alta expresión de ingenio”).
No me gusta esquivar lo que dice la sabiduría popular, y aún menos algunas sentencias como esa de “más vale prevenir que curar”. Quizá por eso, acostumbro a advertir, antes de una conversación relajada: “Discúlpeme, porque en cuanto llevemos un rato charlando, sufrirá mi sarcasmo”... Quien avisa no es traidor. Al menos, eso dicen.

lunes, 9 de marzo de 2009

Madrid by night. Cazadores y cazados

Sin duda, la noche madrileña está hecha por y para los dispuestos a comprenderla, aunque siempre transcurra a cientos de necedades por segundo. Veamos si puedo traspasar al papel o a su pantalla alguna de estas noches que caminan entre el surrealismo y el absurdo natural de la vida. Así puede ser un sábado madrileño.

FASE 1: SÁBADO DE PARTIDO
Aunque una se haya desvinculado del deporte televisado como algo pegado a la cotidianeidad, en Madrid, los derbis siempre son excusa para una reunión. Tú lo crees, y el resto de madrileños también. Pero no, Madrid no es un lugar donde uno pueda ver un partido sin acudir a la cita futbolera con tiempo para tragarse la “previa” que anuncia el “partido del año, de la década... del siglo”.
La fase 1, “búsqueda de un bar”, se convierte en la primera cruzada si tu agenda no te permite llegar antes de que empiece el partido. Lleno, lleno y lleno. Es, además, el día en el que los bares se etiquetan aun sin quererlo: el bar-guardería, el bar-geriátrico, el bar-fritanga... Y tú tienes que buscar en todos aunque: (A)obviando tus patas de gallo para colarte en el bar guardería, (B)estirando tu mini-falda para entrar en el geriátrico y (C) rezando por llevar una muestra de colonia en el bolso para entrar en el bar-fritanga y que cuando quedes con tu chico no te llame Murphy Ali-Oli. Por fin llegas a un bar con una esquina vacía.
Intentas focalizar tu atención en el partido, pero los chascarrillos y la falta de goles hace que tus neuronas tengan que repartirse entre la conversación y el trocito de pantalla en el que tu equipo apenas toca el balón. Es sábado y –siguiendo los consejos de tu amigo lunático- llevas unas cuantas neuronas apagadas, así que sólo puedes prestar atención a una cosa: la conversación.
FASE 2: PRIMERAS TAPAS – PRIMEROS CAZADORES
El partido acaba pronto, así que la fase 2 es preparar el estómago para salir. Unas tapas marcan el comienzo oficial de la noche en Madrid. Ya se sabe que tres chicas solas, por mucho que insistan en que ya tienen quien las ‘cuide’, son blanco fácil para que futboleros apresurados a celebrar con alcohol cualquier empate intenten lo imposible. Porque, sea cual sea el resultado, en las noches de derbis, las manadas futboleras se tajan. Porque sí. Si ganas porque ganas y si pierdes porque pierdes. Y si empatas porque... una copa para ti y otra mí.
- Hola, ¿estáis solas?
- Sólo de momento
- ¿Es que tenéis novio?
- Sí.
- Bueno, pero estamos en el siglo XXI, y ya sabe que hoy en día una chica no debe ser para un solo chico, ¿no? Me llamo xxx y estoy con mis amigos del club de caza (no es una metáfora, aunque pudiera parecerlo)
La sucesión de comentarios sarcásticos y algún que otro golpe bajo, no logran evitar que vuestro nuevo amigo, llamémosle número 1, se siente en la mesa e invite a hacer lo propio a un amigo, llamémosle número 2. Tú intentas fingir interés, pero las caras te delatan. Él habla y tú enciendes las neuronas y empiezas a pensar... “¿Por qué diablos no se abrochará un par de botones más de la camisa. Eso ya no triunfa, si es que alguna vez estuvo de moda? ¿No se va a cansar nunca? ¿No se da cuenta de que el hecho de que subiese un monte corriendo no nos impresiona? ¿Debería reírme como si me hicieran gracia sus chistes? ¿Con menos copas será igual de cansino? ¿Por qué estoy hablando de las corridas de toros a las 2 de la madrugada?”.
Mientras el amigo número 2 te cuenta su trayectoria profesional, el amigo 1 decide darte un testimonio gráfico de su vida. Y ya se sabe que los móviles con cámara de fotos son... una putada para la noche madrileña. “Mira, aquí estoy con Abel Antón cuando corrí la maratón”. “Y esta es de cuando matamos un jabalí, porque soy también taxidermista”. “Esta es la foto de mis trofeos de caza”... “Aquí cuando subí corriendo el Teide”...“y aquí estoy con el Príncipe, cuando gané el campeonato de tirachinas”. Esa última frase te marcó. Te cautivó. Toda la vida habías soñado con un tirachinista profesional. Y estaba frente a ti. Insinuándose con tres botones de la camisa desabrochados. Pero una no está preparada para hablar a esas horas de un sábado con un taxidermista-corredor-carnicero-cazador-campeón de tirachinas. Sí, aunque no lo crean, él existió.
FASE 3: SEGUNDAS COPAS
Cuando ellos, vuestro seguro anti-cazadores, no vienen al rescatarte, decidís mover ficha e ir donde están. Despides a tus cazadores con un chascarrillo carnívoro y te vas. Llega el momento de reunirte con ellos y la noche parece dirigirse al camino tranquilo de Brugales, gominolas, kikos y enamoramientos (de verdad o de mentira).
Madrid es así. Cuando en una noche una conoce a un club de cazadores-tirachinistas-taxidermistas-etc, no espera encontrarse con otro grupo “peculiar”. ¿Dos en la misma noche? Murphy, esto es Madrid y siempre te puede sorprender.
Siempre has pensado que cuando una está acompañada, no se acerca ‘varón’. Murphy, esto es Madrid. En menos de 15 minutos, entabláis conversación con una peña gastronómica que, también con la euforia del partido machando su hígado, acaba formando parte de vuestro grupo. Eso sí, te lo ponen fácil porque todos llevan una camisa con su nombre debajo (eso es facilitar las cosas). ¡Para chulos, los madrileños, que salen con el nombre grabado en la camisa por si no te quedas con su cara!
El de las gafitas de pasta te da buen feeling y resulta que es un buen contacto profesional y tenéis amigos en común. Otro resulta veranear en un pueblo vecino al de tus veraneos adolescentes y otro no puede dejar de hablarte de Placebo, Fito Páez y Weezer. (Recuerden mi teoría del mundo endogámico).
Pero cuando se mezclan derbis, copas, chicas y chicos en la noche madrileña, siempre puede haber un comentario confuso que provoque que la reunión se disuelva precipitadamente por un roce masculino... Y, como suele suceder en Madrid, un chupito marca el final de la noche.
No se asusten, no siempre es igual... pero si salen por Madrid, deben estar preparados.
Feliz semana

miércoles, 4 de marzo de 2009

Juez s(y)n parte

Tenía que pasar. Con lo fácil que me había resultado siempre criticar... Esta vez era distinto porque, esta vez tocó que la crítica formase parte de un pequeño empujoncito para un músico o un grupo musical. Como diría el buen Fito, quizá fue “como venganza de la buena suerte o recompensa de la mala vida”. Por los motivos que fueran, me tocó.
Fue todo precipitado. “Necesitamos un miembro más del jurado y creo que eres la persona idónea”. “¿En un festival de música? –pregunté a un organizador extrañamente convencido-. No sé, ¿quiénes forman el resto del jurado? ¿Y estáis seguros de que yo soy necesaria? Está bien, puede ser divertido. Además, la preselección –de más de 100 grupos- ya estaba hecha, y era sólo la final”... Ahí comenzó todo.
Me levanto con las neuronas preparadas. El festival es por la tarde noche, así que aprovecho la mañana para escuchar los temas enmaquetados y no dejarlo todo en manos de un técnico de sonido (aunque claro, esas maquetas y/o discos tenían la manipulación a veces excesiva de la técnica). Inmediatamente, detecto una copia de Weezer, otra de Amparanoia, otra de Pignoise+Modestia Aparte+ECDL +otros-grupos-clon que harían las delicias de 40PP. No me decepciono, aún faltan los directos. Puede que tengan algo más dentro, porque, al fin y al cabo, esto no era un operación triunfo, factor x ni ninguna fantochada parecida (de hecho, al menos afinaban).
Al llegar, me sitúan con mis compañeros del jurado ante la desconfiada mirada del público y me colocan ese odioso cartelito de “jurado”. Abre el festival el ganador del año anterior. Me pregunto si habría jurado en esa edición o si es que ese grupo sólo compitió contra sí mismo. Y me sigo preguntando si esa noche también estaban contra alguien... “Ay, Murphy –me digo a mí misma-, no empieces que te conozco”. Intento que mi cerebro deje de meter caña porque queda mucha noche. Me siento, me entregan la tablita en la que debo puntuar los distintos aspectos de cada grupo.
Aparecen los primeros, con una especie de go-go recién salidita de una discoteca de carretera y nacen en mí los primeros deseos de pedirme una cerveza (la noche promete ser, cuanto menos, rara). “¡Vaya, ahora un grupo de rock! Al menos algo para sonreír”. Error. No siempre A=B. A la tercera va la vencida y aparece un grupo con mayor proyección. Comienzan las dudas. “¿Qué valoro? ¿Calidad? Sí, claro, pero... si sólo valoro la calidad técnica, puede que gane un grupo que no se comerá un colín (o quizá es lo único que comerá). Si valoro la comercialidad, el grupo no valdrá un pimiento pero tiene garantizado acudir a los próximos premios 40Principales”.
No paro de añadir factores a mi decisión, así que decido tomar notas en borrador y no pensar en comercialidades. Miro al jurado de mi izquierda, que me sonríe y me anima a ser “benévola con ese pop-rock amable”. ¡¡Ha dicho Pop-rock amable!! ¿Qué significa pop rock amable?¿Que te piden permiso antes de cantar una canción y disculpas si se equivocan?... Es el momento de acercarme a la barra y preguntarme si, aprovechando que el jurado tiene todo gratis, ya debería pedirme un copazo. Mejor no, o mi sarcasmo me llevaría a rebosar el apartado de “observaciones”. Vuelvo a mi asiento.
Llegamos al ecuador del festival y tres grupos apuntan cosas buenas, otros tantos son grupos-clon y alguno intenta, sin éxito, rizar el rizo (pero se queda enredado entre tanto bucle).
Vuelvo a la barra. ¡Una coca-cola light! (aún sin aliño). Alguien se me acerca muy despacio por la derecha. “¿Se puede comprar al jurado”, me pregunta casi susurrando y guiñando un ojo. Pienso bien la respuesta antes de contestar lo que se me está pasando por la cabeza. “Creo que no... pero ha sido un buen intento” (¡maldita ética profesional!). Antes de irme le pregunto si es de algún grupo (intuyendo, por su forma de hablar, que la respuesta sería negativa). “No, soy manager”... Y en menos de tres segundos, desliza su tarjeta por mi bolsillo (“vaya, eso son manos rápidas”, pensé). A riesgo de cualquier mala interpretación, me quedo charlando en la barra y descubrimos, en cuestión de tres minutos, cuatro personas y dos lugares en común. Me despido y vuelvo aún con más ganas de escuchar sus apuestas (silenciando que también eran las mías).
Apenas suena el último acorde del último grupo cuando un miembro de la organización se abalanza hacia mis veredictos y se los lleva. Alea Iacta est. Por fin me relajo hasta que otro organizador me pregunta al oído a quién he dado por ganador... ¡Por los clavos de Cristo! ¡¡¡¡He hecho tantos cálculos, tantas puntuaciones, que no sé a quién he dado más votos!!!! Me encojo tímidamente de hombros ante su extraña mirada y, ahora sí, me tomo una copa mientras sutilmente busco con la mirada por encima del vaso al más rápido deslizador de tarjetas.
A los 15 minutos llega un miembro de la organización y me lo cuenta: “Ha ganado xxxx, segundo xxxx y tercero xxxx”. ¿Eso es bueno o malo? Casi más nerviosa que el grupo ganador, trato de localizarles para fijarme bien en sus caras cuando el presentador anuncie que han ganado mientras, por si acaso, me quito el cartelito que me identifica como “juez”.
Gritos, algún salto y un grupo que en unos meses sacará un disco. Me alegro, aunque con una sensación agridulce: ¿quién era yo para decidir que debían ser ellos y no otros? Antes de irme, no puedo evitar acercarme a otro grupo. Habían estado sentados delante de mí medio festival. Venían de muy lejos, lo hicieron bastante bien y era impagable la cara de ilusión que no lograban quitarse de encima. Ni si quiera cuando supieron que ellos no estaban entre los ganadores. Les toco en la espalda: “lo siento, lo hicisteis muy bien”. No puedo evitar que se me escape algo más: “erais una de mis apuestas, pero no ha podido ser”. Quizá no debí hacerlo pero esos chicos tenían talento y pensé que, como todos, también les vendría bien que alguien les diese una palmadita en la espalda. Una palmadita de esas que te animan a seguir para adelante porque alguien al otro lado cree que vales.
No me volví acercar al ganador, ni a ningún miembro de la organización que me dijera que ganaron por o sin mis votos. No quería escuchar ningún 'gracias' innecesario. Quizá me sentí injusta por haber tenido que repartir “justicia”. Paradójico, ¿no?
Espero que el grupo ganador llegue alto. Espero que todos lleguen, al menos, a no perder la ilusión que tuvieron aquel día, en aquel festival. Aquel festival en el que aprendí que todo en la vida sucede porque hay alguien votando por ti.