miércoles, 25 de febrero de 2009

A propósito de Dickens

Debe ser por esa manía mía de ir a contratiempo, por la que el Cuento de Navidad me ha llegado con los últimos fríos del mes de febrero.
El lunes se apareció frente a mí el Fantasma del Pasado. Lo hizo durante tres horas, disfrazado de reflexiones en un lunes nocturno. Él, el fantasma, era distinto a lo que yo imaginaba cuando leía el cuento de navidad. Era alto, tranquilo, reflexivo y llevaba en el bolsillo un pequeño mp3 con poca capacidad. Ahora era poeta, quizá se había hecho así de tanto mirar el pasado y de sus ganas por colorearlo con versos. Mi fantasma del pasado me dijo cosas que yo ya sabía. Sólo vino para pasar de puntillas por el pasado, empaquetarlo y llevárselo. Después, me dejó en casa y, con cuatro acordes cantarines que ahora no recuerdo, me arropó para que durmiera tranquila y se fue.
Lo que no imaginaba era que, sólo un día después, el martes por la noche, cuando me acomodaba para ponerme en manos de Morfeo, aparecería el Fantasma del Presente. Su visita fue muy breve, casi al ritmo de mi presente (¡al compás de tres por ocho!). Siempre fue un músico atado a ritmos peculiares y, aunque era el Fantasma del Presente, supe que venía del pasado. Sonaron tres notas y ahí estaba. De pie, con esa cara de pequeño duende y lleno de una energía que sabía dosificar como nadie. Tuve que incorporarme y frotarme los ojos para asegurarme de que era él. No hablaba, sólo escribía. Colocó una especie de espejo gigante frente a mí. Un espejo que no había visto antes. Me daba miedo mirarlo, pero si estaba ahí, era absurdo ignorarlo. Era una radiografía brutal. Lo dejó frente a mí y, con cuatro frases bajo la palabra “talento”, se fue. Aquella noche dormí con el espejo frente a mí y tan plácidamente como no lo hacía hace meses. Por la mañana, el espejo había desaparecido. Y yo sabía aliviada que no era el viejo Scrooge. Por suerte, nunca lo fui.
Ahora estoy sola. Cruzo los dedos para que no aparezca el Fantasma del Futuro. Se ha ido la luz y apenas me alumbra la luz de unas velas que he ido rescatando en distintos rincones de la casa. Estoy dispuesta a darle con la puerta en las narices. Dickens siempre me ha gustado, pero a menudo he renegado de sus finales. Previsibles. Discúlpeme, señor Charles, pero no abriré la puerta a su Fantasma del Futuro. No sé cómo hacerle entender que me he convertido en una especie de cocinera inexperta a la que le gusta levantar las tapas de todas las cacerolas para ver qué hay dentro. No quiero que alguien se asome por mí y me robe la posibilidad de oler lo que hay dentro e ir probando.
Suena la puerta.

lunes, 16 de febrero de 2009

En la barra (I)

Ni si quiera sé por qué me lo contó, ni cómo llegamos a apoyarnos en la barra y quedarnos ahí durante una hora y media hablando. No es la primera vez que, cuando me encuentro con algún "artista", la noche pega un giro y acabo, junto a una barra de un bar, arreglando(nos) las vidas.
No le veía desde hace un par de años. Incluso pensé que no se acordaría de mí. Pero sí, me saludó, le saludé, y acabamos con un codo en la barra y el otro brazo sosteniendo una copa. Él había sido un músico de la zona alta de la tabla. Ahora no lo es tanto, pero saca pecho orgulloso por poder seguir viviendo de la música, aunque ya no esté en la “zona Uefa”. Y se enorgullece de su oído absoluto, y me cuenta que él nunca dejará a la música: “Tendrá que ser ella quien me abandone a mí, porque, Murphy, yo no podría dejarla nunca”. Es de los días en que una lamenta no tener encima una grabadora y sugerir que eso lo convirtamos en un libro, en una entrevista, en un poema torpemente contado. Pero no era el momento, a las 2 de la mañana de un viernes de concierto. No era el momento.
“Está ella, –me dijo mientras doblaba su cazadora nervioso- la persona con la que llevo media vida al lado. Pero luego está mi niña, la otra, con la que algún día envejeceré”. Él no tenía claro si se podía querer a dos personas a la vez, pero se podían tener dos sentimientos fuertes y no tenía claro por cuál decantarse. ¿Cuál respondía a la manida definición de “amor”? Con su pareja seguía habiendo algo fuerte, y media vida compartida, y una casa, y un ‘pasar por cosas juntos’ y aguantar... Pero con ella, con “su niña”, seguía habiendo juego, ¡se conocían desde pequeños!, seguía habiendo complicidad, comprensión, y algo más...
Llegó un momento en que él sintió ahogarse, sintió la presión sobre su cabeza y caer inevitablemente, y como él mismo contaba, “escaleras abajo”. “Deseé que me pasase un camión por encima porque llegó el inevitable momento en que había que decidir”. Ella, su niña, dio el ultimátum: “Vente conmigo o, si no, la cosa se acaba aquí. Sin mensajes, sin internet, sin llamadas, sin guiños... sin nada”.
Es increíble cuántas imágenes pueden venir a la cabeza de uno, situaciones, neuronas mal colocadas para decidir. Y él decidió, hace apenas unos días (realmente eran semanas, pero él lo sentía como días): “Le dije que lo sentía, que no podría dejar a la persona que tenía a mi lado. Me quedé en casa”.
No supe decirle más que frases hechas como... “en esto no hay una decisión buena y una mala. Espero que hayas acertado”. No sé cuál será el desenlace porque, aun habiendo decidido quedarse con ella, antes de irse, él me susurró al oído: “Aunque haya decidido esto, algún día estaré con mi niña... Sé que ella me esperará siempre”.
No sé si el mundo está lleno de ingenuos, de soñadores, de utópicos, de realistas o de qué. Pero de lo que si está lleno es de cruces de caminos y uno nunca sabe si todos llevan al mismo sitio o si, una mala decisión, nos llevará a una calle cortada. C’est la vie. Feliz lunes

jueves, 12 de febrero de 2009

Bares, qué lugares... (I)

Aquí va mi primera aportación al mundo del ocio madrileño. Aunque digan que un lugar es bueno o malo en función de lo que cada uno viva dentro de ellos, nunca está de más una pequeña guía...

THIRTY THREE- (Clara del Rey, 33. Zona Avda. de América-Prosperidad).-Irish Bar. Como si entrases en un cálido bar de Temple Bar: mucha madera, luz tenue y buena música. La carta de cervezas, eso sí, no es tan variada como en Dublín, pero sigue mereciendo la pena. Es un sitio llamado a las reuniones de amigos, a sentarse en la zona de sillones, o en la de estanterías, o en cualquiera de las mini-mesas que parecen impregnarte de ganas de arreglar el mundo. Las rarezas las ponen los camareros, que parecen salir de un casting: un actor (le encontraréis con frecuencia haciendo cameos en series televisivas) que no parece poder evitar hacer chascarrillos cuando te sirve, un borde calvete que parece desafiarte con cada caña que te sirve, un tímido que te demostrará que pueden servirse cervezas sin levantar los ojos del suelo. En fin, los demás ya los iréis descubriendo. Si vais por allí, pedid una Murphy a mi salud.
Puntuación: 8,5

BLACK STAR (Serrano, 240. Zona Concha Espina).-Buena música. Si te gusta Coldplay, The Killers, Counting Crows, Bruce, Kaiser Chiefs… En fin, buena música. El ambiente, gente de todo tipo, aunque algunos días demasiada camisa de rayas y jersey. Salvable, porque el local lo merece. Un fallo: no hay ropero, aunque con un poco de ingenio, hay zonas donde puedes colocar el abrigo. A partir de las 3 de la mañana, tendrás que hacerte fuerte para no asfixiarte con la gente (para ir por primera vez, un consejo: acércate a eso de la 1 de la mañana, que está más tranquilo y es la única manera de disfrutar del sitio). Se está poniendo cada vez más de moda y eso, no me preguntéis por qué, parece estar mermando un poco su calidad y además, empieza a ser frecuentado por algún que otro jugador del Real Madrid despistado. No pierdo la esperanza de que vuelva a sus orígenes.
Puntuación: 7

KUNDUN (Canillas, 48. Zona Avda. de América / Prosperidad ).- Tranquilo y animado. Sí, existe esa mezcla. No bailarás, pero tienes una zona para estar de pie y otra para estar sentado en mesas bajitas, con poca luz, degustando los mojitos que con tanta destreza realizan. La música, muy variada (algo de agradecer). Española y extranjera. Algunas noches, podrás degustar alguna frambuesa sobre una bandeja de hielos. Y siempre puedes coger alguna que otra gominola de la barra.
Puntuación: 7

COSTELLO (Caballero de Gracia,10. Zona Gran Vía.).- Aconsejable si estás en la zona y no tienes que esperar cola. No merece la pena esperarla. Tiene sus días, y la música es buena, pero a veces se llena de para-artistas a los que les gusta que les llamen artistas. Parece que se ha puesto de moda entre músicos de Madrid (de ahí que sea destino habitual de grupies). La zona de abajo es un horno y los puertas son poco amables.
Puntuación: 5

MAMÁ NO LO SABE (Castelló, 117. Zona María de Molina).- Bienvenido al reino de pijolandia. Si quieres descubrir un sabor “distinto”¿? en las copas, pásate por allí. Si tienes morriña y quieres recordar la música de los 80 (Hombres G, Modestia Aparte, Los Secretos...), ese diminuto local de la calle Castelló es tu sitio. Pero ¡cuidado! porque el repertorio es exactamente el mismo una y otra vez.
Puntuación: 3,5