Me crecí. Había pintado las cuatro paredes de la habitación. Tres de blanco y una de granate. Pinté también el techo. Compré una cómoda, la lijé, la barnicé y la pinté. Cambié también el color de una mesa. ¡Hasta cosí el bajo de unas cortinas! ¡Y las pinté! Me crecí. Craso error.
Dicen que aquel armario empotrado era muy antiguo. Por eso, sus medidas y su posición eran tan extrañas. “No te preocupes, acércate por una tienda en esa zona que tienen jambas y te quedará bien”. Medí el armario, anoté las medidas y con unos pantalones medio rotos y mi camiseta de tirantitos brico-manía me dirigí a aquella tienda con olor a serrín para comprar jambas de cinco centímetros (sí, ahora sé lo que es una jamba!).
He descubierto que los lunes, en algunos barrios, los vendedores tienen prohibido sonreír. Aquel chico de la tienda, con vaqueros, gafas de sol medio caídas y una coleta a medio deshacer no conocía lo que era la sonrisa. Por suerte, yo sí, y con la mejor de mis muecas (la que finge ingenuidad) y mi ego bricomanía por las nubes, le enseñé mis necesidades carpinterescas.
- No tenemos jambas de 5 cm en blanco sólo tenemos de 7 cm. Si quieres, te las doy sin tratar y las pintas tú... pero tampoco tenemos de 5 cm. Sólo de 4 y de 6. Así que... tú misma- me dijo sin mover un sólo dedo.
Resignada a los 4 centímetros y a que no me ayudase con mis brico-dudas, le pedí que me las cortase.
- Aquí no cortamos en inglete, y con estas molduras, quedará mal si lo cortas recto. Pero no entiendo las medidas que me das... ¿Por qué el armario no llega hasta abajo? No es normal que...
- No intentes entenderlo, ese armario es un despropósito - le corté con ganas de salir de allí para no seguir escuchando comentarios prepotentes.
- Para que lo corten a inglete, puedes ir a una tiendecita cerca de aquí. Hay un carpintero que lo hace.
Ahí me tienes a mí, con mis vaqueros rotos y cuatro maderas en la mano, dirigiéndome a una de las calles más glamourosas de Madrid.
Entrar en aquel taller era como entrar en otro mundo... o en otra época. Eran antiguas cocheras de gente importante, hoy reconvertidas en pequeños trasteros o garajes al aire libre. En el último, con una raída puerta de madera que en algún momento pudo ser verde, estaba aquel hombrecillo.
- ¡ Hola! ¿Aquí cortáis madera?Mientras aquel hombre sacaba un metro, que recordé haber visto hace más de 20 años entre las herramientas de mi abuelo, aproveché para recorrer con la mirada todo el taller. Junto a un teléfono antiguo colgado en la pared, había un certificado amarillento enmarcado y lleno de polvo. “El Alcalde Presidente de Madrid, a 10 de marzo de 1951, concede a XXXXX este local para dedicarlo a la carpintería”. ¡1951! Volví a mirarle, con la sierra y una especie de cartabón metálico. Pensé que aquel hombre no tendría nada que requiriese electricidad. Me entraron ganas de preguntar y seguir rastreando, pero cuando estiré la mano para coger una de aquellas reliquias escondidas bajo el polvo, él se puso delante.
- Me iba a ir ya... pero bueno –dijo sin sonreír (¡claro, olvidé que era lunes y no podía sonreír!)
- Son dos euros.
Le pagué, y volví a salir a la calle del siglo XXI, de móviles, BMW, Chaneles y Armanis. Cuando tomé la pequeña calle para poner rumbo a mi casa, pasé por una tienda de pinturas. “¡Estupendo, así las pinto en cuanto llegue!”.
- Quiero pintura blanca para estas maderitas -dije mientras hacía mi último intento en busca de un gesto de amabilidad.
- ¿Un kilo? - preguntó sin levantar la vista del suelo.- ¡Si, 8, no te jode! Pero si son laminitas de 5 centímetros!!!!!”-pensé... Me mordí la lengua ya sin ganas de ronreír y pedí el bote más pequeño mientras él hacía equilibrios con el palillo que le colgaba de la boca.- ¿Plástica? ¿Al agua? ¿Satinada? ¿Mate?...(no recuerdo las otras 17 preguntas)- Quiero una pintura blanca para estas jambas. Un bote pequeño, blanco, que pinte madera y no llame la atención, puñetas! (lo de "puñetas" es una licencia literaria... a mí no me sientan tan mal los lunes).
He decidido que el bricolaje ya no tiene gracia. He descubierto que uno tiene un límite de brico-acciones y que, cuando lo supera, todo es un asco. He convocado un concurso público para que alguien pinte las jambas y me las clave en la pared. He dicho a unos cuantos amigos que organizo unas copas en casa pero, en el fondo, sólo quiero un alma caritativa que ponga fin a mi bricoenfado.