lunes, 28 de septiembre de 2009

De grande a pequeño (y viceversa)

Era un gilipollas. Así le veíais casi todos en aquella época, la de tus primeros contactos con la industria discográfica. Era un jefe. O un jefecillo. Se consideraba a sí mismo todo un “descubridor de pelotazos musicales” (bien es cierto que un par de ellos fueron obra suya, acompañados, eso sí, de otros cuantos prometedores... fiascos).
A su tendencia a la altanería se unía su costumbre de rodearse de chicas de cuerpo impresionante y cerebro fácilmente impresionable. No cogía el teléfono a músico alguno y apenas se rebajaba a hablar con quienes no tuviesen despacho propio. Siempre pensaste que era un estúpido engreído con un ego al que alimentaba con polvos blancos. Él debía pensar que tú eras esa chica callada y discreta, poco amante del protagonismo y absurdamente volcada en un grupo de mucho potencial y poca calidad, como te recordaban a menudo.
Ha pasado el tiempo, y las confluencias astrales siguen haciendo de las suyas: provocar reencuentros para demostrar que el tiempo nos recoloca contínuamente en el tablero de ajedrez. Los astros se han encargado de elegirte el lugar: un bar. A las 3 de la madrugada. Ahora, con muchas partidas ya a tus espaldas y con permiso de tu diarrea verbal, le lanzas a la cara un...“Siempre pensé que eras un gilipollas”.
De pronto, aquel gilipollas resulta ser un poco más pequeño. Te coge de la cintura y sigue encogiendo. Te das cuenta de que han cambiado los trebejos y tú elegiste la reina y él, el peón. Y, de pronto, aunque te regale su tarjeta y te hable de su puestazo en la industria, desde el que podría hacer mucho por ti, a ti ya no te interesa. Ahora es entrañable. Incluso interesante. De hecho, puede que ya no sea un gilipollas... pero a ti, eso ya no te importa.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Suma y sigue

Un año más”. Ese es el implacable balance que hacen muchos cuando llega su cumpleaños. El mío no. Hay otros que oscurecen su día gracias a una crisis existencial anual que les hace entonar un trágico “he perdido tanto el tiempo...”. Tampoco es mi caso. En el otro extremo, están los adictos al “este será mi año”, sin que de esa frase cuelgue una etiqueta que explique si para ello tienen que lavar su vida a mano o a máquina. Ni si quiera ese es mi caso.

Hace unos días, tras un improvisado debate sobre la felicidad, entramos a un bar en el que pedí a quienes me acompañaban, que aderezásemos la copa con un solitario donut de chocolate que relucía en una pequeña urna de cristal junto a la barra. Acostumbrados a mis a-menudo-descabelladas sugerencias, aceptaron compartir aquel enorme donut. El último trozo fue el de la discordia, así que –reproduciendo una famosa escena de Notting Hill- decidimos conceder el último pedazo a quien tuviera más motivos para ser infeliz.

Cada uno argumentó su posible infelicidad con todo el drama que pudo añadir. Él, sin embargo, tomó el pedazo de donut, se lo comió y después, simplemente sentenció: “Soy yo quien me lo tengo que quedar, porque soy varios años mayor que todos vosotros”. ¿Desde cuándo la edad era un motivo para el drama? Pensé, entonces, que aquella podría ser la cuarta especie: la que aún no ha entendido el porqué de cumplir años.

En cuanto a mí, cada cumpleaños es un “suma y sigue” (de experiencias, no de años). Por eso, esta vez, he no-celebrado mi cumpleaños durante tres días. Y lo he no-celebrado sin Asuntos pendientes, Lejos de los que ya no están ni han querido volver a aparecer y más cerca de los que aparecen Antes de que cuente diez. Y estuvieron todos, de un modo u otro: los de antes, los de ahora y los de mañana. Y se acercó la música para hacer un intento más. Estuvo Madrid, y también volvió Fito. Aposta por mí. Y no faltaron a la cita las payasadas y las absurdeces, que llegaron de la mano de las infantilidades (que a veces se olvidan de pedir permiso a los años para entrar en escena).

Hay quien dice que uno no debe repetir las vivencias que ya fueron buenas, ni siquiera para perfeccionarlas. Por eso, no importa si esos tres días no llegásteis a probar las croquetas de Moncho, o si el pequeño poeta se quedó sin disfrutar del final. No importa que no llegases a aprenderte aquel baile ridículo ni que lo bailases tú solita justo al lado de la Cibeles. Quizá sea cierto aquello de que las cosas buenas no hay que repetirlas... para dejar espacio a otras mejores.

martes, 15 de septiembre de 2009

(Sin)Sindrome postvacacional

Por segundo año consecutivo, desconozco el significado del síndrome postvacacional. Aún menos qué es eso de depresión postvacacional. Llámenme rara, excéntrica o, simplemente, digan que sigo viviendo contracorriente.

Cuando era pequeña, el mes de septiembre era un mes espeluznante, sinónimo de vuelta al colegio, de desconcierto, de descontrol, de miedo al día cero. El reencuentro con amigos se hacía extraño, las calles de Madrid se volvían pesadas, la vuelta al cole provocaba nudos en el estómago y, hasta retomar las clases de piano se hacía difícil tras varios meses sin tocar un solo acorde. Años después y, como buena trabajadora, septiembre se convirtió en el mes de la vuelta al trabajo, de los madrugones, de la pereza de arrancar una etapa más y volver a hacer el cambio de ropa en el armario.

Con el paso del tiempo, el “día cero” es distinto ada año. Y cada vez más perfecto. Quizá porque mi septiembre siempre arranca con nuevos proyectos y con tantos planes como soy capaz de imaginar. Ahora, el mes de septiembre me encuentra con una nueva mochila cargadita de proyectos, personas y buenas ideas . Sin embargo, mi mochila no pesa.

Este mes de septiembre tengo, como todos, mi particular vuelta al cole. O al trabajo. O al arte. O a todo lo que quiera. Por eso, como hace muchos años, este mes de septiembre estoy escribiendo y borrando cosas con una novísima goma de Milán. A mí me gustaban las de color verde (las blancas se ensuciaban pronto). Y este mes de septiembre tengo un pupitre nuevo. Y gigante. Para mí solita. Para mis cosas.

Espero contarles, dentro de un tiempo, que mi mesa está llena de garabatos, que me ascendieron de curso, que gasté tantos lápices como gomas de borrar errores. Y que el cuaderno lo rellené y tuve que comprar otro nuevo. Y que tuve cuadernos de cuadros y de rayas, y blogs de dibujo y que, esta vez, no tuve que pedir a nadie que me ayudase a dibujar. Les prometo que, dentro de un año, les contaré cómo ha sido mi nuevo curso.

Feliz vuelta.