domingo, 31 de mayo de 2009

Debería caminar más

Un día decidí poner en el escritorio de mi ordenador una estrellita en las carpetas de máxima prioridad, en los proyectos más urgentes. A día de hoy, tengo 9 estrellitas en el escritorio de mi ordenador. Me he propuesto que mi día tenga 28 horas y, a veces, creo que las tiene.
En la pared de mi cuarto, la que hace sólo un mes pinté de rojo, coloqué un cuadro enorme en blanco y negro en el que aparece el teclado de un piano y, sobre él, unas piernas de mujer. Recuerdo el primer post-it que coloqué sobre él para recordar una llamada. Ahora, apenas puedo ver un si bemol y una rodilla entre unos 20 post-it de distintos colores.
Me duermo a altas horas tomando café con las musas y me quedo dormida casi todas las mañanas (olvidaba que el arte no es compatible con un trabajo diario, aunque éste tenga un lado artístico... Por desgracia, muy pocos tienen la suerte necesaria para vivir sólo del arte). Me he acostumbrado a llegar tarde a los conciertos, a dormirme con el ordenador encendido, a correr con tacones y a descalzarme en camas de desconocidos. Me he acostumbrado a correr siempre cargada con la agenda y el cuaderno. Y los recortes, discos duros, libros, propuestas, partituras, grabadoras... Suelo hablar por teléfono mientras cocino, tocar la guitarra mientras planifico mi semana y compartir cañas mientras construyo los cimientos de muchos sueños.
Acostumbro a no rechazar planes repentinos (suelen ser los mejores), a hacer siempre hueco para buenas conversaciones y a “arreglar el mundo” con alguien, al menos un día por semana. Cuando me muevo de un sitio a otro, se me ocurren las cosas. Es como si ellas, las ideas, llegasen sólo cuando estoy en movimiento. Quizá debería caminar más... y correr menos.

martes, 26 de mayo de 2009

Un poco de Millás

Para que disfrutéis un poco de la cotidianeidad cercana y lejana de Juan José Millás:
Los pobres
"Dice David Bodanis en Los secretos de una casa que cuando vamos del dormitorio a la cocina, el roce de los pantalones hace que se desprendan de la piel millones de escamas muertas de las que se alimentan universos enteros de bacterias y ácaros que viven en la alfombra del pasillo. La realidad está llena de seres microscópicos que dependen de nuestro sudor, de nuestra caspa. Así, cada vez que nos peinamos, colonias enteras de microorganismos, cuya patria es la moqueta del cuarto de baño, permanecen con la boca abierta hacia el cielo esperando ese raro maná que le envían los dioses.
También según Bodanis, basta un gesto inconsciente, como el de abandonar el periódico sobre la mesa de la cocina, para destruir civilizaciones enteras de neumomonas que viven en las grietas de la madera. Lo que llamamos polvo está compuesto en realidad de un conjunto de partículas, entre las que se incluyen esqueletos de ácaros, patas de insectos diminutos, excrementos infinitesimales y las células muertas de nuestra piel. Todo eso flota en el aire, a nuestro alrededor. Si no nos espantamos de ello, es porque no lo vemos.
Sin embargo, quizá la realidad visible no sea muy distinta: el 80 por ciento de la población mundial está constituido por pobres que no vemos, aunque ellos viven con la boca abierta, como bacterias, esperando que les caiga algo de nuestros cubos de basura: viven de las escamas muertas que desprendemos al andar. Y cada vez que realizamos un gesto cotidiano, como el de firmar un tratado de libre comercio o solicitar un préstamo a bajo interés, miles de ellos perecen ahogados en la tinta de la pluma. A veces, desde los pelos de una alfombra fabricada en la India o desde el corazón de la selva Lacandona, nos llega un alarido que el fundamentalismo de la moderación no nos deja escuchar".

miércoles, 20 de mayo de 2009

Pinos, silencio e historias

Surgió como surgen los mejores viajes. De pronto. En esta ocasión, surgió después de una suculenta comida, un chistoso café y un puñado de chascarrillos. Tenía ganas de conocer aquel diminuto pueblo del que había escuchado tantas buenas historias por lo que, ya que los días de mi semana no respetan orden alguno, no era mala idea hacer un viaje ultrasónico de miércoles. Bastó un “me gustaría conocerlo” para emprender el camino.
Era mejor de lo que había imaginado. Olor a pino y a espliego. Silencio y tres calles torpemente alineadas que habían vivido fiestas, riñas vecinales, primeros tonteos adolescentes y muchas visitas amistosas. En invierno, sólo habitan el pueblo tres ancianos que, cansados de verse las caras, salen a pasear separados. Aquel día, sólo nos cruzamos con uno de ellos que, sin levantar la vista del suelo, alzó la garrota a nuestro paso para saludarnos. En los pueblos de Guadalajara se hace eso: se saluda a todo el que llega como si de un viejo amigo se tratase. No importa si es conocido o no.
Nunca he sabido bien por qué, pero en muchos pueblos, y este era uno de ellos, hay dos lugares de visita obligada: el depósito del agua y el pilón. Así que, tras improvisar una “pachanguita” en una vieja cancha de baloncesto con un desgastado balón de fútbol olvidado, decidimos recorrer las insignias de la aldea.
Recuerdo que hacía calor, pero el aire nos golpeaba suavemente la cara tumbados en la azotea del depósito de agua, con cientos de pinos copando todos los lugares que alcanzaban a ver nuestros ojos. Sólo una estrecha carretera (apenas visitada por uno o dos coches cada día) podía partir ese paisaje verde que con la caída del sol iba ganando matices.
Casi presidiendo el otro extremo del pueblo, se erigía una frágil torreta amarilla de control de incendios. Había que hacer el saludo pertinente a esos cuatro hierros que tantas historias habían contemplado silenciosos. Mientras subíamos a la torreta por esa diminuta escalera metálica, escuchaba más historias de quienes habían pasado por ella. Aquella chica que no cabía por el aro metálico que rodeaba los peldaños, aquel adolescente que se durmió un día de borrachera o el habitante exhibicionista de la caseta de al lado. Arriba, más pinos. Y silencio.
Como en los mejores viajes de miércoles, siempre hay un espacio reservado para una ruta de cañas en otros pueblos, con sus otras historias. Las borracheras de aquel soltero incontrolado, los veraneos en la zona del guitarrista de ese dúo superventas o el encierro en el baño de aquella amiga de tu amigo... Y cae la noche en ese pueblo de historias, pinos y 12 casas. Espero volver pronto.

lunes, 18 de mayo de 2009

Silencio en el autobús

Saber qué equipo de la NBA llegaría a la final de la Conferencia Oeste, unido a un puñado de chascarrillos nocturnos, me habían hecho despertarme esta mañana con una especie de nubarrón en la cabeza. Tres horas de sueño no dan para mucho. Convencida de que “al mal tiempo buena cara”, elegí una chaqueta roja intensa y mi inseparable pañuelo rojo para enfrentar este lunes con un chip zen que me hiciera pensar que “soy una rama de bambú y nada me turba”.
Sentada en mi “oficina móvil”, ella subió al autobús. Bajita, delgada y de unos 55 años. No debía cuidar demasiado su dieta, porque mientras yo había desayunado dos suculentas tostadas, ella había desayunado altavoz. Y se había olvidado del botón del volumen y el de control de graves. Era una de esas voces que yo envidiaba en los doblajes. Grave, gruesa. Hoy, esa voz era una sucesión de golpes en la cabeza.
El movimiento me hizo tener ganas de echar la primera cabezada del día. A ella parecía no importarle. Empecé a escuchar sus primeros balances de actualidad.
- Perdió Nadal. Le quitarán puntos, ¿no? Porque lo de los puntos es algo así. Que si pierdes, te quitan –comentó a su compañero con seguridad.
- No, no. Quitarte no te quitan –respondió aquel compañero con poco oído pero algo más de inteligencia.
- Que sí, que te quitan. Que esto es así -insistió ella.
- Que no, no. Yo creo que no.
- Estoy casi segura de que te los quitan, aunque tenía mucha ventaja.
Se acabó. Me quité mi chaqueta roja (al fin y al cabo, parecía el fin del buen rollo), coloqué una rodilla sobre el asiento, me di la vuelta y espeté:
- No, no te los quitan. Te van dando puntos según vas superando el resultado del año anterior, vale?
Intenté poner mi mirada desafiante pero no debieron entenderla, porque me agradecieron el comentario. Me volví a dar la vuelta y me arropé con mi cazadora roja en busca de un momento de paz a las 8 de la mañana. ¿Era mucho pedir?
Sí, lo era. Pasaron 20 minutos y esa voz seguía martilleándome. Esa risa chillona me estaba poniendo los rizos de punta, y tanta absurdez condensada estaba acabando con mi paciencia. Respiré y recordé aquella serie mítica de Steve Urkel y en la que el impaciente padre de Laura Winslow se repetía... “Un, dos, tres... yo me calmaré... cuatro, cinco, seis... todos los veréis...”.
No llegué al seis. Me quité el abrigo, me giré, me abalancé sobre ella y, pegando mi cara a la suya, grité:
- ¿Qué te parece si bajas el volumen y me dejas dormir? No me interesa tu fin de semana, ni lo que opinas de la economía, ni las historias que te estás inventando, ni la serie que viste anoche, ni lo que te compraste ayer en el rastro. ¡Sólo necesito que te calles! ¡Es lunes y son las 8,20 de la mañana! ¿Es mucho pedir un poco de paz? ¿Es mucho pedir que me dejes vivir?
Aquella señora empezó a hacer pucheros mientras su compañero, impactado, fruncía el ceño. El autobús se quedó en silencio.
Un giro fuerte del autobús me hizo perder el equilibrio y golpear mi cabeza con la ventana... Con el sonido de mi cabeza contra el cristal, me desperté. Habíamos llegado. Aún desperezándome, escuché su voz gruesa aún golpeando palabras detrás de mí. Me levanté, se levantó y sonrió cuando se cruzaron nuestras miradas. En ese momento, solté una carcajada que ella nunca entenderá.

lunes, 11 de mayo de 2009

Fotografías

Por fin llegó esa ansiada cámara de fotos pero no incluía el tiempo para emplearla ni el dinero para aprender a hacerlo. Y yo con esas imágenes esperando en mi cabeza para ser inmortalizadas. Para hacer picados o contrapicados, para difuminarlas, para jugar con el blanco y negro y el color... Estas son algunas fotografías que hice o debí hacer, pero que no han podido recoger la forma y ni el color. Sólo las letras.

REPARTIENDO... PRENSA
Es bajito, con perilla y un pequeño pendiente de aro en la oreja izquierda. Cada mañana, durante todo el invierno, ha estado ahí, vistiendo su chaleco amarillo con las letras gigantes del diario ADN a la espalda y una braga negra protegiendo su cuello. Al filo de las 7:45h, le encuentro un día tras otro con su chaleco de publicidad de ADN, sentado sobre una montaña de periódicos ADN, leyendo tranquilamente el diario “20 Minutos”. Bonita ironía mañanera.
REPARTIENDO... CUENTOS
Mi amigo, el de la librería de cuentos, se ha propuesto que los cuentos salgan a la calle. Por eso, para indicar la dirección de la librería, ha colocado un cartel en medio de una calle peatonal. Del colorista y casero cartel, cuelgan dos alambres: uno con una manzana y otro con una naranja. La policía le ha hecho quitarlo varias veces. Él lo ha vuelto a poner. Con su naranja y su manzana colgando. Bonito cartel y bonito indicador del mundo de los cuentos. Si lo veis, seguidlo.
REPARTIENDO... MÚSICA
Esa pequeña tienda de discos en la calle Hermanos de Pablo. Parece una de esas tiendas en las que suceden historias de amor, de misterio o de amistad en las películas americanas de los años 60. Huele a clásico, aunque su diminuto escaparate se empeñe en mostrar las últimas novedades musicales. Parece el último reducto de una era. Dentro, siempre hay camisetas colgando del techo y alguien buceando entre los CDs del mostrador central. Entraría pero...
REPARTIENDO...SONIDOS
Sólo tiene 3 años, pero acaba de escuchar su primer concierto. He dibujado su cara sonriente, con su manita quitándose el flequillo rubio de la cara y repitiéndole a su madre: “no me guzta el zonido del mononchelo porque ez fuette. Me guzta el monín”. Sin duda, será un gran músico.
REPARTIENDO... SALUDOS
Apareció aquella cara al otro extremo de la barra en el día en que forzamos las confluencias astrales para vernos. Una amplia sonrisa esperando una respuesta. Una mano alzada saludando bajo una especie de timidez forzada. Pero, sobre todo, una sonrisa gigante bajo aquella barba tupida. El fondo, por supuesto, difuminado.

lunes, 4 de mayo de 2009

¿Borges? y yo

Os dejo aquí un fragmento de un texto anónimo que muchos han atribuido a Jorge Luis Borges. Eso es lo de menos...

INSTANTES

“Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

en la próxima trataría de cometer más errores.

No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.

Sería más tonto de lo que he sido,

de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad.

Sería menos higiénico.

Correría más riesgos,

haría más viajes,

contemplaría más atardeceres,

subiría más montañas, nadaría más ríos.

Iría a más lugares adonde nunca he ido,

comería más helados y menos habas,

tendría más problemas reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata

y prolíficamente cada minuto de su vida;

claro que tuve momentos de alegría.

Pero, si pudiera volver atrás trataría

de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida

sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca

iban a ninguna parte sin un termómetro,

una bolsa de agua caliente,

un paraguas y paracaídas.

Si pudiera volver a vivir

viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir

comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera

y seguiría así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita,

contemplaría más amaneceres

y jugaría más con los niños,

si tuviera otra vez la vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años

y sé que me estoy muriendo”.